21
de Marzo 2008: ZOURAT - CHOM – ATAR: Lío en río
A las
tres de la mañana, después de doce horas de traqueteo y latigazos, ya
estábamos llegando a Chom. Era un pequeño pueblo en el medio del desierto
donde esperaban un montón de todo-terrenos para recoger a los viajeros y
desde hay llevarlos a sus destinos finales. Pero cual fue nuestra sorpresa
cuando el tren no aminoraba, ¡no nos lo podíamos creer! Ni siquiera a los
mauritanos, que son gente dura de verdad, se les pasó por la cabeza ningún
intento de abandonar el tren “por las malas”. El tren no paró. Siguió su
camino. No iba a ser todo perfecto: no pagas nada, te da un rulo por el
medio del desierto, te brinda una luna de la hostia,…No vamos a pedir
también que pare donde nos venga bien… Nuestros compañeros de pasaje lo
asumieron con resignación, sin una sola queja, y el ajetreo previo a la
estación ceso rápidamente volviendo cada uno a su lugar de descanso.
La
siguiente parada era cinco horas mas adelante en dirección totalmente
opuesta a Atar.
A las ocho de la mañana ya llegábamos a
Zourat, ciudad donde se
halla la mina que justifica la existencia del tren. La llegada fue bastante
cómica, con un montón de autos locos corriendo paralelos al tren para
descargar las mercancías que llegaban.
Tras la
confusión inicial, empezamos a analizar nuestras opciones. La más obvia y la
que la mayoría siguió fue esperar a que el tren volviera de regreso en la
tarde y confiar que parara en Chom. Después de todo el tiempo que habíamos
perdido, esa opción no nos valía, así que nos dirigimos en un auto loco
(Land Rover de los 60) hacia la ciudad a ver si había otras opciones.
Houisse se encargo de todo. Primero el taxi nos llevo a la comisaría a que
nos registráramos, y cuando vimos que se llevaban nuestros pasaportes ya
empezó a olernos al típico lío de maderos. Tras una hora esperando nos
atendió el mando de turno, que daba la sensación de ser un semidiós por como
estaba en su “despacho-cielo” y por el acojone con el que le trataban los
demás policías. Obtuvimos su beneplácito sin contratiempos y nos dirigimos a
la estación de taxis colectivos.
Estábamos de suerte y había un taxi* casi lleno que salía hacia a Atar. Era
un Toyota Land Cruiser en el que íbamos 15 personas, 3 adelante y tres filas
de cuatro personas bien encajaditas. Houisse no nos había abandonado ni un
momento, y como agradecimiento le pagamos el transporte. Tras asegurar todo
el equipaje en la baca concienzudamente a las 11.30 salimos hacia Atar.
*
Taxi
colectivo: Zourat (11:30) – Atar (20:30).
Precio: 4000 Ouguiyas (10,40 €)
Paco
empezó a sentirse mal al principio, y jodidísimo a medida que pasaban las
horas. Le trasladamos al asiento de adelante donde iría más cómodo, pero no
sirvió de mucho, estaba infectado por el “mal del viajero aluchino”. Los
síntomas son inequívocos: cansancio, fiebre, diarrea, vómitos…Es debido a
una sobredosis de calor, frío, privación de sueño, comida toxica….En
términos mas aluchinos, para que nos entendamos: el dañito de los últimos
días le había metido una hostión que le había dejado to´o chungo.
Los
paisajes que atravesamos ese día fueron algo enorme. Cada par de horas
parábamos en el desierto por motivos fisiológicos (mear), espirituales
(rezar), o mecánicos (a empujar el coche un rato). Tras unos minutos de
parada, el conductor apagaba el ruidoso motor diesel de nuestro Toyota, y
nos encontrábamos en medio de la nada, con un silencio tan absoluto que casi
te tenías que tapar los oídos. Permítanme que aúlle, AAAAAUUUUUUU!!!!
A las
cinco de la tarde entrábamos en Chom, donde nos deberíamos haber bajado
catorce horas antes del tren, solo que ahora en vez de frío, pegaba un sol
de justicia. Era un pueblo pequeño, de calles sin asfaltar, que al estar en
la parada del tren ofrecía ciertos servicios a la gente que iba de paso.
Consistía básicamente en un plaza con algunas tiendas de alimentación, autos
locos esperando al siguiente tren, niños correteando y un restaurante. Como
en toda Mauritania, las casas estaban improvisadas con materiales diversos.
Aquí el material estrella eran gruesas vigas de hierro provenientes de los
raíles de la línea férrea. Los mamotretos de hierro garantizaban que los
techos de estos cobertizos resistieran unas cuantas toneladas encima.
El
restaurante era una sala enmoquetada sin sillas ni mesas y bien oscura.
Había mucha gente descansando del sol. Entre los comensales paseaban cabras
y ovejas que se encargaban de los restos y de limpiar los platos. A su vez,
ellas mismas estarían en los platos los siguientes días. Eso es reciclar, ni
los alemanes, ni los nórdicos, ni naaaa…No consumen agua para limpiar, y
para mantener la carne fresca, que mejor forma que mantener al bicho vivo,
sin gastar energía eléctrica.
Paquito,
por supuesto no comió nada, bastante tenía con agonizar tirado en la sala.
El polaco, Marczin, tampoco quería comer nada, y ya llevaba por lo menos un
día de ayuno, así que ya me estaba temiendo otro chungazo.
Compartí
con Houisse y otro chaval que llevaba con nosotros desde Nouadhibou un plato
para los tres y como siempre en Mauritania sin cubiertos. En estos países se
come con la mano derecha, dejando así la izquierda para las necesidades
fisiológicas. Con el hambre que tenía, bastante me acordaba yo, así que eche
la mano izquierda a la comida provocando la consiguiente carcajada de mis
compañeros de plato. Correspondí con una sonrisa y me dispuse con la mano
derecha, pero a lo mejor no debían reírse tanto, porque bastante sabían
ellos que mano utilizaba yo para descomer….en fin…
Estaba
bastante preocupado por
Paco,
pero confiaba en que esa fuerza castellana lo podría todo. Mientras
tomábamos las tres tazas de té de rigor después de comer, hice algunas fotos
a las ovejas y cabras que andaban por el restaurante. Parecía que estaban
posando a la cámara haciendo tonterías y monerías sin parar. Lo de sacar
fotos a las cabras, fue algo que hizo que me convirtiera en el centro de
atención, y todos juntos nos pasamos unas risas degradando a los pobres
bichos. Acabo todo el restaurante despollado.
El caso
es que disfrutaron tanto del show de “El aluchino, la cabra y la cámara”,
que me invitaron a comer, y el ambiente del resto del viaje, si ya era
amigable, se convirtió en casi fraternal. No era para menos, llevábamos mil
horas de viaje juntos. No paraban de hablar entre ellos, de contarse chistes
y adivinanzas, de tratar de explicarme cosas con paciencia infinita, de
mirar con gran asombro los mapas y guías sobre su tierra que como buenos
turistas portábamos.
Después
de 30 horas de viaje, por fin a las 20.30 llegamos a nuestro destino
completamente derrotados. Mi compi de viaje ya no podía mas, llevaba no se
cuantas horas con una fiebre altísima y encima en este entorno que no era
precisamente de reposo.
Houisse
todavía no se despega de nosotros, y no nos dejó hasta que estuvimos
alojados. En esos momentos que mi compi flaqueaba, la ayuda y compañía de
Marczin y Houisse fueron impagables, les estoy sinceramente agradecido.
Después de dar unas vueltas por Atar, ciudad laberíntica y sin una sola luz
en la calle, acabamos en el
Camping Bab Sahara*.
* Bab
Sahara. Boite Postale 59 Atar (Mauritania).
Tel (00222) 5464573.
justusbuma@yahoo.com GPS: 20-31-157 N
/ 13-03-723 W 2000 (ougiyas /pers. (5,20 €))
Este
camping lo llevan un par de auténticos hippies de los 60, Kora y Justus
(alemana y holandés), que hace unos cuantos años se establecieron en el
paraje. Cuando llegamos, instalamos a
Paco
en una jaima donde cayo fulminado. A pesar del cansancio que traíamos,
todavía no había llegado el tiempo de descansar para Marczin y para mi,
había que hacer algo con
Paquito.
Kora, tras darse cuenta de mi intranquilidad dando vueltas por el camping
como un loco, se encargó del largo. Durante esa noche y el día siguiente se
cuido de él como una madre. El Sr. Palentino habla alemán sin problemas, lo
que contribuyo a que se estableciera una relación muy cercana entre ellos.
Kora
preparó una pócima de un sabor horrible, que
mi
polluelo se acabo bebiendo, después de tirarla alguna vez sin que no
diéramos cuenta, en plan niño pequeño. No debía ser la primera vez (ni la
centésima) que la tocaba cuidar a un guiri a quien las condiciones extremas
del desierto le habían jugado una mala pasada. Cada cierto tiempo la madre
adoptiva o yo cambiábamos las toallas húmedas con las que envolvíamos las
piernas del polluelo para tratar de bajarle la fiebre.
En un
momento dado, Kora averiguó que el verano anterior habíamos estado en la
India, y barajó la posibilidad de que fuera malaria, ¡estaba flipando!
He de confesar que cuando la oí decir esa palabra delante de
Paco,
me cruzó un estremecimiento de mal rollo por todo el cuerpo y bien a gusto
la habría dado una patada cariñosa en la espinilla. Por suerte, no se
confirmó el diagnostico.
Por fin,
estaba descansando y atendido, así que Marzcin y yo tuvimos tiempo de
relajarnos y disfrutar de una merecida cena en el patio del camping. El
polaco se fue a su mochila a por “algo de beber”. Me explicó que era una
especie de vodka que vendían en Polonia, pero que no se vendía como vodka
sino como veneno (poison). Pero que se podía comprar también el “de-poisoner”,
y así convertirlo en vodka, evitando de esta forma el pago de los impuestos
del alcohol.
El
posion/depoisoner no tardó mucho en hacer efecto en nuestros cuerpos
exhaustos y estuvimos charlando Marczin y yo varias horas. Aquí fue cuando
le conocí realmente. ¡Vaya personaje! ¡Vaya fenómeno! Me empieza a contar
sobre su vida, sus “business”, sus experiencias tóxicas… En cierto punto me
intentó convencer para que me tomara un tripi con el, pero dada la
situación, creo que no era buena idea. Bien entrada la noche, extenuados,
descansamos merecidamente.
22 de Marzo 2008: ATAR - AZOUGUI – ATAR: Descanso en el Bab-Sahara
Paco
había dormido placenteramente, solo interrumpido por las 40 ó 50 veces que
tuvo que correr al baño. Siguió con fiebre bastante alta durante todo el
día. Ni el polaco ni
yo
salimos del camping hasta la tarde. Para quien me conoce, le será difícil
creer que aguantara quietín tantas horas sin haber visto absolutamente nada
de la ciudad, pero es que a parte de necesitar cierto descanso, ese lugar
tenía algo especial. Todo el día tirado a la sombra, cambiando las toallas
al irreductible
Palentino,
hablando con unos y con otros, leyendo un libro de
Javier Reverte*,
escribiendo muchas de las notas que ahora se convierten en esta crónica y…
pensando. En definitiva, se estaba a gustísimo. Si alguien algún día
necesita tranquilidad, este es el sitio. Marczin también aprovechó para
achicharrarse al sol en las hamacas, no se como no le dio algo…
*
La aventura de viajar.
Durante
la mañana de retiro espiritual en el Bab-Sahara conocí a dos italianos que
pululaban por allí, Roberto y Guido, que mas tarde resultaron ser dos
fenómenos que nos dieron unas cuantas lecciones sobre la vida. También tuve
ocasión de charlar con Justus sobre la cancelación del Paris – Dakar.
Explicaba que realmente no hubo ningún tipo de amenazas de fundamentalistas,
sino que la interrupción fue debida a los intereses por cambiar el famoso
rally a otro escenario. Sostenía que fue simplemente una excusa para que los
multimillonarios seguros que cubren la carrera no tuvieran que hacerse cargo
de los gastos de cancelación. Las amenaza terrorista no eran un supuesto
incluido en las pólizas.
Cuando
el gran sol sahariano bajo un poco la intensidad -por fin- salimos a dar una
vuelta por Atar. Era una ciudad de callejuelas polvorientas, llenas de niños
y con un gran ambiente comercial. En los mercados abundaban verduras cuyo
verdor contrastaba con los colores ocres de una ciudad en el medio del
desierto. Como es habitual en África, los carniceros con las piezas de
cordero colgadas en la calle, expuestas al polvo y al calor. Digo yo, que
esto es una prueba irrefutable de que esa carne era del día, sino estaría
bien chunga.
Había
quedado con los italianos para que nos llevaran de paseo a
Azougui, a pocos
kilómetros de Atar. Guido estaba construyéndose una casa en un camping que
había comprado. A su mujer le había encantado el sitio y había mandado unos
meses a Guido con su amigo Roberto a construir una casa. ¡Cómo son estas
italianas!
Guido
(54 años) vivía en Trieste,
y si mal no recuerdo era profesor en la Universidad. Roberto (72 años) vivía
en un barco en el puerto de
Génova, jubilado y vividor. Había trabajado instalando plantas
eléctricas por medio mundo, sobre todo en los países del
Golfo de Guinea.
Cuando el vivió en esos lugares -nos contaba Roberto- todavía se respiraba
ese glamuroso ambiente colonial. En la actualidad, muchos de esos países no
son seguros ni para visitarlos debido a la inestabilidad en la zona.
Nos
llevaron a su camping en un bonito Land Rover Defender recién salido del
concesionario equipado con todos los apliques necesarios para avanzar en el
desierto. No me cuesta mucho entender porque la mujer de Guido se había
enamorado de ese emplazamiento, al fondo de un amplio valle, rodeado de
palmeras, y con unas vistas que quitan la respiración. Nos enseñó con gran
interés su propiedad: las palmeras, los sistemas de riego, las pinturas
rupestres que había en unas rocas cercanas, y la casa que se estaba
construyendo. Les echamos una mano a medir las columnas de hormigón que le
habían construido, y como es habitual en cualquier obra, no estaban al gusto
del que ponía la pasta.
Volvimos
a última hora de la tarde a Atar, a la hora en que el Sahara cambia sus
tonos marrones monótonos por el amplio abanico de colores del atardecer.
Acompañamos a los italianos a la finca de un adinerado local que quería
comprarle un coche. Nos llevaron a un salón donde relajarnos en los sofás,
mientras degustábamos el enésimo té mauritano. El interesado en comprar hizo
una profesional puesta en escena, agasajándonos con bebidas y pastas,
ofendiéndose por el alto valor del coche e intercalando enfados y carcajadas
a pierna suelta. Guido no tenía ninguna intención de vender el coche pero
aceptó acudir a negociar por la perseverancia del mauritano que le llevaba
varios días persiguiendo. Finalmente no hubo acuerdo.
De
vuelta al Bab-Sahara,
Paco
estaba prácticamente recuperado, así que nos fuimos a cenar con los
italianos a una terraza del pueblo en la que habían estado varias veces. Al
dueño no le importó que acompañásemos la cena con unas cuantas botellas de
“vino rosso” de los 100 litros que los italianos habían traído de su tierra.
La cena
fue suculenta, pero lo mejor fue la sobremesa. Ellos hablaban en italiano y
nosotros en español, pero otra vez mas los idiomas no fueron una barrera
para que conversáramos y riéramos durante varias horas. Nos habíamos
convertido en algo así como sus pupilos y no pararon de contarnos sus
vivencias. Como buenos italianos, también disfrutaron relatándonos sus
experiencias con “le donne”. Por lo animada de la conversación, cualquiera
hubiera dicho que era una reunión de viejos amigos. Era difícil imaginar que
Roberto, Guido,
Paco
y yo solo
nos conocíamos desde hacia muy pocas horas.
Fue muy
interesante la explicación que nos dieron sobre la situación de Italia, que
en aquel momento era bastante convulsa tras la dimisión del primer ministro
italiano Romano Prodi.
Acabamos con una clase magistral impartida por ambos titulada “¿por qué
Italia es el único país comunista del mundo?” .No voy a estropear la crónica
de nuestro viaje metiendo política de por medio, solo decir que nos
convencieron. A las dos o las tres de la mañana nos fuimos a la cama tras
una interesante noche de aprendizaje sobre la vida con nuestros viejos
amigos.
23
de Marzo 2008: ATAR - CHINGUETTI - ATAR – NOUAKCHOTT: Puerta del desierto
La noche
anterior, antes de irnos a dormir, habíamos acordado con Justus, el dueño
del Bab-Sahara, un 4X4 con conductor* que a las 6:30 a.m. nos llevaría al de
Katowice y a mi a
Chinguetti (estimamos conveniente que
Paquito
se quedara ese día reposando). Es el primer momento en el viaje que tuvimos
que convertirnos en “turistas” y no nos quedó más remedio que contratar a un
conductor para nosotros.
*
4X4
con conductor: Atar – Chinguetti. Precio: Todo terreno en el Bab-Sahara ( 50
€/día + gasolina 25 €)
Nos
pusimos en marcha con un flamante
Patrol de hace 20 años, que aunque sin luna de atrás, se notaba que
estaba en su hábitat natural. Desde el principio, nos dimos cuenta de que
las siguientes dos horas iban a convertirse en algo inolvidable. La cosa
comenzó con rebaños de camellos y pueblecitos en sitios impensables.
Poco a
poco el paisaje se iba haciendo más montañoso, mientras el camino iba
complicándose. Cuando el sol ya estaba alto nos encontrábamos en el fondo de
de un afilado valle,
Cañon de Amogjar, similar al
Cañon del Colorado
en cuanto a belleza, aunque no tan imponente en cuanto a tamaño.
Cual fue
nuestra sorpresa cuando el conductor nos indicó hacia donde nos dirigíamos,
nada menos que a lo alto de una de las paredes. Como el lector puede
imaginar, el ascenso fue más que tedioso, poniendo a prueba una y otra vez
la destreza del conductor y la bravura de los europeos…hasta que finalmente
estábamos arriba!!! Permítanme que aúlle: AAAAAAAUUUUUUUU!!! Se confirma, no
le tiene nada que envidiar al Cañón del Colorado, con la diferencia de que
este, momentáneamente, era solo nuestro. Hicimos una parada para tomarnos
un té que el conductor preparó cuidadosamente con una especie de kit de pic-nic
que llevaba en el coche para tal efecto.
Allí
arriba, bajo un sombrajo, había un viejo, solo, en medio de la nada. Se
encargaba de cobrar si alguien quería visitar unas antiquísimas pinturas
rupestres. Databan de unos cuantos miles de años atrás, pero nos pareció
poco romántico que nos cobraran por verlas, así que tendrá que ser la
próxima vez. Aprovechamos para hacernos unas cuantas fotos “pal Messenger”
en el borde del precipicio con el sobrecogedor cañón de fondo.
Tras
otra hora por una pista a toda velocidad, que cruzaba el desierto sin una
sola curva, estábamos arribando en Chinguetti. Yo no es que sea un experto
en urbanismo y emplazamiento de núcleos urbanos, pero es que saltaba a la
vista que el sitio donde habían instalado esa ciudad, no era precisamente el
más adecuado para una “vida fácil”. Sin duda, para el visitante es un lugar
fascinante.
Desde
tiempos inmemoriales, Chinguetti ha sido una de las puertas del Sáhara.
Caravanas de cientos de camellos se avituallaban y descansaban por última
vez antes de disponerse a cruzar el corazón del desierto. Sus habitantes
viven en perfecta comunión con la arena, que lo llena todo, cubriendo varios
metros los muros exteriores de las casas. Y como son las cosas, que justo
ahora, cuando mas medios para facilitar la vida tenemos, el desierto estaba
empezando a ganar a esa gente que estoicamente seguía viviendo allí. Hay
lugar para el optimismo, ya que en los últimos años, el turismo estaba
aportando nuevas formulas para mirar al futuro.
Debían
ser ya sobre las doce de la mañana y –como dice el
Randy-
hacia más calor que follando en agosto o –como dice el
Sule-
más calor que follando debajo de un plástico. Pero como todavía escocían los
50 pavos que habíamos pagado por el paseo, no dudamos en recorrer todo de
arriba a abajo incansablemente, siendo agraciados espectadores de la vida de
una ciudad perdida en el Sáhara.
Los
edificios estaban construidos de piedra que contrastaban con las verdes
palmeras que sobresalían de algunos patios. Lo más destacable es la mezquita
y la biblioteca, así como el cementerio.
Chinguetti se hallaba rodeada por dunas y algún que otro palmeral. Pensamos
que sobre la más alta de las dunas, la vista tenía que ser de lágrima. El
conductor, todo majete, nos complacía llevándonos a donde le dijéramos y
para allá que fuimos. El mauritano pilló velocidad, redujo a primera, y con
las bielas pegando en el capó, nos lanzamos a la duna, ¡hasta donde
llegásemos! En lo alto de la duna: desierto infinito, Chinguetti,
palmerales….
Salimos
de vuelta hacia Atar, donde nos esperaba
Paco,
ya recuperado. Había un taxista esperándonos que iba a
Nouakchott a hacer unos
recados para Julius, así que aprovechamos el viaje. Sobre las tres y media,
el conductor estaba preparado, con el depósito lleno y ataviado con el
turbante de conducir en la cabeza. Sin perder un minuto estábamos subidos en
otro coche* en el que pasaríamos las 6 horas de carretera que separan Atar y
Nouakchott.
*
Taxi a
Nouakchott: Atar (15:30) - Nouakchott (22:00).
Precio: 3000 Ouguiyas/persona
(7,70 €)
Nos
resultó muy curioso cuando llegada la hora del atardecer, todos los coches
se paraban en la cuneta para rezar. Nuestro conductor hizo lo propio bajo
nuestra atenta mirada.
A las
diez de la noche estábamos en
Nouakchott más
tiernecitos que unos corderitos, y nos fuimos a uno de los
albergues* de la
guía en el que había mas guiris europeos, cada uno con su aventura
particular entre manos. Como no, optamos por una jaima compartida en el
jardín, que era lo más barato que había.
*
Aubergue Metara. 1500 Ouguiyas (3,90 €)
Una vez
duchados, nos dimos un paseo por la ciudad, y como acertadamente decían las
guías no había demasiado que ver, excepto bastante actividad, y calles bien
oscuras. Hicimos un intento de fundir la ciudad, pero después de una copiosa
cena en un restaurante de comida rápida local y un paseo, al equipo
prácticamente no le quedaron fuerzas ni para volver al lecho...