D E L   V I A J E

RUMANIA - MOLDAVIA (TRANSNISTRIA) - UCRANIA (CHERNOBIL)

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VIERNES 30: Madrid - Bucarest
SÁBADO 1 DICIEMBRE: Bucarest – Galati – Oancea – Cahul- Chisinau
DOMINGO 2 DICIEMBRE: Chisinau – Tiraspol - Odessa
LUNES 3 DICIEMBRE: Odessa - Simferopol
MARTES 4 DICIEMBRE: Simferopol – Yalta - Lastochkino Gnezdo – Yalta - Kiev
MIÉRCOLES 5 DICIEMBRE: Kiev

JUEVES 6 DICIEMBRE: Kiev – Chernobil – Kiev - Chisinau

VIERNES 7 DICIEMBRE: Chisinau

SÁBADO 8 DICIEMBRE: Chisinau - Bucarest

DOMINGO 9 DICIEMBRE: Bucarest - Madrid

 

 SÁBADO 8 DICIEMBRE: Chisinau - Bucarest

Después de la tormenta siempre llega la calma, que decía Alejandro Sanz. En este caso la calma llegó en forma de resacón, y es que la ingesta de unidades nos dejó doblados a la mañana siguiente. Un sábado en el que el planning acordado era visitar las cuevas del vino de Milesti-Mici, las de mayor prestigio junto a las de Cricova.

Chema y yo, rotos por los excesos del viaje, decidimos quedarnos durmiendo toda la mañana, mientras que Bernón, Sul y Sule sacaron valor para ir de semi.empalmada a las cuevas. Por lo tanto esta parte del viaje se la cedo a otra célebre pluma, la de Bernardo Sá, que a continuación nos narra para eldiamanteescarbon lo sucedido en Milesti-Pichi:

“Después de pasar la noche peregrinando por Chisinau, vino la mañana con la misión de visitar la mayor bodega del mundo, Milestii Mici. Bernon sin dormir, Saul y Jesulen con un par de horitas hostiando la cama de las ladies, nos encaminamos hacia un objetivo incierto. Nadie era capaz de decirnos si se podrían visitar o no las bodega. En casa dejamos a Chema y Kalipo con un par de cornadas alcohólicas que les impidieron levantarse. No sabían lo que se perdían…

Frente a nuestro nido, cogimos un taxi que nos llevaría a través de campos sembrados de viñedos hasta las bodegas. Llegamos allí y por supuesto, no se podían visitar. Pero tras unos minutos de espera y de insistir al guardia de seguridad, conseguimos que nos permitieran pasar. Una vez dentro, descubrimos que sí que era posible la visita, pero ya estaban copados los grupos. Como buenos aluchinos y viajeros experimentados, insistimos hasta conseguir un guía que nos enseñara las instalaciones. Por supuesto hubo que pagarlo, aunque no recuerdo la cantidad exacta. Hasta aquí, la cosa era normal. Entonces nos enteramos que necesitábamos un coche para la visita! Cómo!? Si lo que se ve no es para tanto! Ya, pero la cosa es lo que no se ve. Más de 200km de túneles bajo los viñedos hacían del lugar la bodega más grande del mundo (está en el Guiness de los records). En ese momento el infarto cerebral de la noche anterior, dejó paso a los aullidos por ver tal barbaridad. Y ya ves que si lo era. Convencimos al taxista para que pasara con nosotros (Le pagamos el día, no por mucha pasta) y empezamos a circular por los túneles. Impresionante!!! Después de unos 20 minutos en el coche, acompañados por nuestra guía local, no vimos mas que toneles, botellas, tinas, tinajas y demás recipientes para guardar vino. Tienen hasta una cascada dentro! Después del tramo en coche, nos bajamos para dar una vuelta por galerías más pequeñas. Estaban todas repletas de nichos llenos de botellas. Pero no en plan 50 o 100, sino 800 o 1000 por cada nicho. Una locura. Y no se veía el fin! Lo que ya nos rompió del todo, fue cuando la guía nos llevó hasta un lateral de una galería y nos dijo que detrás estaban las botellas del mejor vino del país. Lo que ocurrió entonces, ni en las pelis de James Bond. De repente, toca en un sitio en la pared y ésta empieza a moverse (un lateral con unos 16 nichos con 800 botellas cada uno). Ahora sí que nos enamoró el lugar! Pasadizos secretos como en las películas! Increíble! Resulta que allí guardaban las mejores botellas para que no las encontrara Stalin y las destruyera como castigo al pueblo moldavo  (Para ellos es como las reservas de oro).

Después de este alarde, volvimos al coche para ir al restaurante que tienen dentro. A todo esto, llevábamos varias horas bajo tierra. Restaurante se queda corto. Nos dieron una vuelta para ver toda la gente importante que había pasado por allí. Nos enseñaron una sala, otra, hasta que llegamos a unas cubas donde había que hacer un “ritual” típico de Milestii Mici. El “ritual” terminaba tocando el grifo de las cubas, y entonces… Otra vez al suelo. Rotos. Se abren las cubas y aparece un pedazo de salón digno de los zares! Hasta con banda de música. Con la lágrima en los ojos, nos llevaron hasta nuestra mesa donde teníamos preparada unos aperitivos para degustar unos vinitos. Je je je… Tres botellas de vino y una ce champán!!! Los tres viajeros aluchinos con más sed que una esponja se encontraron con tal despliegue… Ni que decir tiene que dimos buena cuenta de las botellas. Éramos minoría. Cuatro botellas para tres. Unas fotitos, unos cánticos acompañados por un dueto de cuerda… clásicos del folclore moldavo… clásicos del folclore ibérico… qué sobremesa!!! A puntito estuvimos de atacar las botellas que sobraban en la mesa de la parejita que nos acompañó en la visita.

A gatas abandonamos la cueva. Pasamos por la tienda, donde compramos provisiones de tan magno lugar, y volvimos con nuestro taxista para casa. Llevábamos la hora pegada al culo, pero supo imprimir velocidad al vehículo para llegar a tiempo. Por supuesto, nosotros sobando como angelitos. Si en vez de a casa de las ladies, nos lleva a un mercado de órganos, nos hubiese dado lo mismo… Tan mal llegábamos de hora, que llegando al portal de casa, nos encontramos a los dos corneados por la noche. Una vez unida la expedición, partimos rumbo a la estación de tren” (Bernardo Sá dixit)

Nuestro tren a Bucarest (24 € billete) salía sobre 17.00 h, como quedaba poco tiempo, y las criaturas borrachas de las cuevas no aparecían, Chema y yo decidimos partir en solitario hasta la estación, pero cuando estábamos bajando nos encontramos con el trío del vinacho que venían cargados no sólo de alcohol, sino además de botellas de vino. Cogieron sus lastres, se despidieron de nuestras anfitrionas, y una vez unidos a nosotros partimos todos juntos a la train station.

  

El camino hasta Bucarest fue muy tranquilo, descorchamos algún vino, degustamos una lata de Paté de Mierda, escuchamos Calamaro, etc., precisamente fue en este trayecto cuando la canción “Mi Gin Tonic” se convirtió, por repetitiva, en el himno del viaje. Después Morfeo nos atrapó entre sus garras, y cuando nos quisimos dar cuenta estábamos en la capital rumana.

  

 DOMINGO 9 DICIEMBRE: Bucarest - Madrid

No eran ni las 7:00 cuando el tren paró en la Garâ de Nord, y nuestro avión a Madrid no salía hasta por la noche, así que disponíamos de un día entero para darle un buen repaso a la ciudad, visitada en 2003 de mala manera. Para la visita seguimos el mismo ritual que la vez anterior, un buen bucal en el McDonalds de la estación para coger fuerzas, y a funcionar.

Bucarest, la llamada “París del Este”, se sitúa a orillas del río Dambovita, y es la ciudad más poblada de Rumania, contando con una población de 2.082.000 habitantes. Marcada por su pasado comunista, es la ciudad de las bandas de perros callejeros, las grandes avenidas jalonadas de edificios neoclásicos, las pequeñas iglesias ortodoxas, y de los Dacias.

Terminados los maccas, cogimos el metro hasta Piata Universitatii, una gran rotonda que estaba adornada por un gran árbol de navidad, al parecer, y según nos comunico Javi Lázaro desde Madrid, se trataba del árbol navideño más grande de Europa, ¡¡dato!! A mi particularmente no me parecía tan grande como para merecer tal distinción.

Seguimos dirección norte hasta la Piata Revolutei, uno de los lugares con más visitas de la ciudad, aquí se concentra el Edificio del Gobierno, el Museo de Historia Natural, la iglesia ortodoxa Cretulescu, y unas cuantas estatuas, como la del viejo sentado (una de mis favoritas) y obeliscos, como es el gran Zapotillo blanco (Memorialul Rensterii), más feo que pegar a un padre.

Continuamos ruta por el boulevard Unirii, buscando el auténtico highlight de la ciudad, el Palacio del Parlamento, el segundo edificio gubernamental más grande del mundo tras el Pentágono y donde el lider del Partido Comunista Rumano Nicolae Ceausescu dirigió todas sus barbaries entre 1967 y 1989, año en que fue ejecutado junto a su mujer Elena.

Bien es cierto que Ceausescu disfrutó pocos años de esta vasta obra, ya que el edificio se construyó en 1984, y aún hoy, cerca de un 10 % de la estructura esta sin acabar. Como datos de interés decir que la obra ha costado en torno a los 3,3 billones de Euros, extendiéndose en una superficie de 330.000 km2, en los cuales se reparten las más de 3100 habitaciones de las que consta. Una autentica locura del megalómano dictador.

Aunque los aluchinos siempre se muestran reacios a pagar en museos, monumentos y demás vainas; el caso es que esta visita era muy esperada, todos estábamos de acuerdo en conocer la tochada. Pagamos 15 lei = 4.2 €, y entramos al tour guiado por las estancias del palacio. Durante la visita entre Bernón y yo le metimos a Chema el tramón Ceacusecu, haciéndole creer que el dictador seguía aún vivo. Chema acabó hasta el rabo de nosotros, pero lo cierto es que no descubrió la verdad hasta que consultó la Wikipedia ya en Madrid. Chema una vez mas hizo un papel de turista suicida, diciéndole a la chica que estaba cortando las entradas para entrar: “ Como una chica tan joven como tu, puede ir asi vestida de comunista, quítate esa ropa y que les den a esos comunistas de mierda “ claro, la chica sabia Español, y un montón de seguratas “comunistas” a dos pasos de ella y con las pistolas y porras bien visibles. Todos dimos un paso hacia atrás. Fue un canteo de turista suicida.

Seguimos con la visita a la ciudad, y decidimos ir a pasear por los jardines Cismigiu, un parque de sobra conocido por el grupo, que en 2003 se dio el gustazo de marcarse un simpa en una de sus terrazas. Pasito a pasito, el hambre y el frío empezaron a hacer mella en la expedición, que se marcó como nuevo objetivo buscar un buen restaurante en el que comer. Andamos y andamos, y discutimos y discutimos, pero todo esto se acabó en el momento en el que nos topamos ante la puerta del Caru´ cu bere (Strada Stabropoleos 5), uno de los mejores restaurantes de la ciudad, porque los diamantinos también sabemos apreciar lo bueno.

Degustamos las delicias de la gastronomía rumana, sin privarnos de nada, una comida de jefazos para poner la guinda a un viaje tóxico a la par que bizarro. Destacar que durante la comida conocimos a un goblin catalán al que le hicimos revisión de sellos, y la verdad es que el tío había viajado bastante y nos dio a conocer un interesante buscador viajero: skyscanner ideal para introducir una fecha y sacarte los destinos mas baratos para la misma, incluyendo lowcost.

Tras una larga y distendida comida salimos del restaurante para seguir pateando, serían las cuatro y media de la tarde y la noche ya acechaba Bucarest, pero como aún disponíamos de tiempo regresamos a la Piata Universitatii para ver el árbol de navidad iluminado, y la verdad es que ganaba mucho. El ambientazo en este lugar era tremendo, y con el pedillo de vinacho que arrastrábamos de la comida nos echamos unas cuantas risas viendo a los patinadores novatos caer como sacos en la pista de hielo que había allí  instalada.

Eran las cinco y media de la tarde y todas las visitas importantes de la ciudad se había cubierto salvo una: el Arco del Triunfo. Este réplica del famoso arco homónimo de París fue construido en 1935 para conmemorar la reunificación de Rumania de 1918. Hicimos la foto de rigor y caminamos unos dos kilómetros hasta la Gara de Nord donde teníamos guardadas las mochilas.

En las taquillas de la estación habíamos quedado con Chule de Couchsurfing, del que nos habíamos separado después de visitar el Parlamento, ya que tenía que saldar unas cuentas pendientes del fin de semana anterior. Albarn se hizo esperar mucho, y cuando el grupeto, en especial nerviosito Sul, comenzaba a impacientarse, Chule hizo su aparición. Cogimos las mochilas y en un bus regresamos a nuestro punto de partida, el aeropuerto de Otopeni.

A las 21:55 partimos de Bucarest, y a eso de las 00:55 hora local aterrizamos en Barajas, el viaje tocaba a su fin, volvíamos a nuestro querido Diamante corneados y doloridos por unos días duros de frío, radiación y vino, pero el esfuerzo había merecido la pena un gran viaje de clásicos que lo único que consiguió es acrecentar las ansias viajeras de este grupo.

By Kalipo (Carlos de Alba Herranz)

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