31 de Julio - Periyar
Amanece sobre los canales de los “Backwaters”.
Zarpamos de vuelta a Alleppey,
desde donde de nuevo tomaremos los
4x4 hacia
Kottayam, más concretamente a su
estación de autobuses. El cansancio nos puede y nos quedamos dormidos,
asumiendo el riesgo de desnucarnos con alguno de los enormes baches del
camino. No deja de llover torrencialmente durante toda la travesía.
La
estación de autobuses de Kottayam nos dejó perplejos. Varios autobuses
viejos y destartalados esperaban a llenarse de viajeros; en lugar de
ventanas tenían barrotes horizontales, a modo de cárcel, y dos tablas de
madera en ángulo recto hacían las veces de asiento. Los que ya partían
iban abarrotados de personas… Por
media rupia hicimos uso de los baños
públicos, y comenzamos a cargar las mochilas;
5 horas de viaje nos
separaban de Kumily,
al este, desde donde visitaríamos la gran reserva natural de
Periyar, donde
bisontes, antílopes y elefantes, y como no, la estrella del parque, el
tigre de bengala, viven en libertad; pero éramos conscientes de que en
esa época del año estos animales no se muestran al visitante con
facilidad.
El
viaje fue… Acojonante! Y no por su disfrute, si no porque en algunos
momentos se pasó realmente miedo! Parecía que al volante estaba el primo
de Karthikeyan (piloto indio de F-1), acelerones y curvas de infarto nos
obligaban a aferrarnos al asiento para no salir despedidos… Y todo ello
en un vehículo que lo increíble era que andase… En algunas curvas de
casi 180 grados llegamos a derrapar! Un cable atravesaba a lo largo todo
el autobús hasta el asiento del conductor, donde estaba conectado a una
campana. Para solicitar tu parada, bastaba con tirar del cable… Curioso
sistema!
Sobrevivimos a la incomodidad de los asientos, la lluvia (sin ventanas,
el agua nos salpicaba) y al conductor kamikaze; ascendimos casi 1000
metros por serpenteantes carreteras en pésimo estado, atravesando
plantaciones de cardamomo, hasta llegar a Kumily. Se trata de una
pequeña aldea a las puertas de la gran reserva de Periyar; tras dejar
los mochilones en un pequeño hotelillo nos adentramos en el parque
natural; el
precio de la entrada, 25 rupias para los indios, casi 300
para nosotros!
Varias modalidades de visita nos ofrecieron, pero optamos por coger un
barco que recorre un lago interior que al parecer es artificial, una
especie de embalse creado por los ingleses en la época colonialista. El
paseo fue bastante aburrido; llovía sin cesar, y aunque escudriñábamos
cada palmo de terreno en busca de algún bichejo, lo único que
avistábamos eran negros cuervos posados en troncos que emergían del
agua. Cuando habíamos perdido toda ilusión, unas enormes formas
surgieron tras bordear un recodo del lago… Contuvimos la respiración
mientras el barco se acercaba… Allí estaban!! Una familia al completo de
elefantes indios descansaba cerca del agua. Nos invadía una sensación
extraña; todos habíamos visto elefantes en nuestra vida alguna vez, pero
observarlos en su hábitat, en libertad, fue increíble… Era como si
estuviésemos en Jurassic Park. La lentitud de sus movimientos nos dejó
ensimismados, y nos mirábamos unos a otros boquiabiertos con la ilusión
propia de un niño. Ese fugaz encuentro hizo que valiera la pena la
visita al parque, aunque nos quedó claro que aquella no era la época más
idónea para hacerlo.
El
precio del autobús de vuelta a
Kottayam era de
60
rupias por persona (un euro al cambio, aproximadamente). Nos subimos
deseando que el regreso fuera menos “movidito” que el anterior. El
interior del vehículo estaba decorado de vistosas guirnaldas y cerca del
conductor un cuadro de Cristo rodeado de luces de neón vigilaba el
pasaje; en los pocos días que llevábamos en el país, nos había
sorprendido gratamente la pluralidad religiosa: hindúes, budistas,
islamistas y cristianos convivían a diario, y la tolerancia parecía
absoluta.
Era
de noche, llovía y en mitad de una cuesta el autobús se para… Se ha
averiado! Sin embargo, antes de que pudiéramos quejarnos por nuestra
mala suerte, otro autobús apareció y nos recogió. En él, un hombre
menudo y con gafas se quejaba amargamente y acusaba al revisor de
haberle devuelto un billete de 10 rupias falso.
Llegamos agotados a
Kottayam, y guiados por un joven indio, llegamos a
la estación de ferrocarril de la población. A las
22:15 h subiríamos por
primera vez en uno de esos
míticos trenes; el primero de muchos de los que “disfrutaríamos” en
el próximo mes…Nuestro próximo destino es
Mangalore, a 480 km. El viaje
nocturno fue toda una experiencia; la “Sleeper Class” nos ofrecía una
cama (más bien una tablón-litera) por
210 rupias o lo que es igual,
3 €,
un precio increíble, teniendo en cuenta que íbamos a recorrer una
distancia similar a la existente entre Madrid y Lérida….
En
cada departamento, aproximadamente de 5 metros cuadrados, seis literas,
tres a cada lado, colgaban de la pared mediante cadenas oxidadas. Pocos
fueron los que pudieron conciliar el sueño… El traqueteo del tren,
ruidos extraños, la incomodidad de la “tabla” y el continuo ir y venir
de vendedores ambulantes, pasajeros y policías por los pasillos no nos
permitieron descansar demasiado…
1 de Agosto – Goa, la
fiesta prometida
Hemos dejado al sur la provincia de Kerala, para entrar en
Karnataka. Nuestra estancia en
Mangalore se reduce
al tiempo que esperamos al siguiente tren que nos llevará a
Goa, una pequeña región
un poco más al norte. Estas tres provincias, bañadas por el
Mar Arábigo,
conforman la costa suroeste de este inmenso país. No salimos de la
estación, y dedicamos el tiempo a comer, descansar, asearnos en una
fuente de agua no potable que surgía en el mismo andén, y a repartir
caramelos entre los niños que correteaban por allí.
A
diferencia del anterior, el viaje en
tren
Mangalore- Goa (
3 € por
persona, aproximadamente) lo hicimos a plena luz del día, lo que nos
permitió disfrutar de los paisajes que el convoy atravesaba a lo largo
de 430 Km. Desde las puertas abiertas entre vagón y vagón, pudimos ver
arrozales infinitos, inmensos lagos y gente caminando en paralelo a las
vías, que nos saludaban sonrientes. Partidas de cartas y tertulias
ayudaban a pasar las horas, mientras algunos pasajeros hacían el
trayecto sin pagar; los compartimentos estaban habitados de innumerables
cucarachas, incluso un pequeño ratón compartía con nosotros viaje.
Mónica
llevaba un par de días algo nerviosa; no conseguía contactar con
Coke,
que junto con
Saúl,
Garci
e Ico
debían unirse a nosotros en Goa… Nos bajamos en la estación de
Chaudi (Canacona), pensando que sería la más cercana a la playa de
Palolem. La estación parecía
totalmente aislada; fueron necesarios
cinco
rickshaws para trasladarnos.
Un rickshaw es una especie de moto-carro, de tres ruedas, realmente
pequeño, de poca potencia y poca estabilidad, lo que nos hacía temer un
vuelco inminente. Es el medio de transporte más utilizado no sólo en la
India, si no en todo Asia (con permiso de la bicicleta).
Llegamos a Palolem de noche, y tras negociar con varios lugareños por un
alojamiento, decidimos hospedarnos en el
“Cupids
Castle”, (Cupid
Castle Tourist Home, Palolem Beach
Canacona- Goa 403702 (India)
Email: cupidcastlegoa@yahoo.com
Telephones:
(+ 91 832) 2643326 / 2645013 / 2644294) totalmente vacío hasta nuestra llegada. La tarifa,
750
rupias por seis habitaciones, menos de
1€ por persona/noche!!. Era la
temporada baja de turismo, y estaba claro que el ambiente que nos íbamos
a encontrar allí era muy diferente del que ha hecho mundialmente famoso
el nombre de
Goa, y que se usa como sinónimo de “rave” o “fiesta”. Fue en los
años 70 y 80 cuando una extensa comunidad hippie se estableció en Goa e
hicieron del lugar un punto de encuentro para todos los fiesteros;
actualmente, esa corriente ha evolucionado, y allí se celebran alguno de
los festivales más famosos de música electrónica (existe un estilo
llamado “Goa
Trance”) y donde las drogas de diseño son más que una realidad. La
época para encontrar esas playas llenas de gente bailando es Diciembre,
y no en Agosto. Aquella aldea parecía un pueblo fantasma en esas fechas…
Nos
acomodamos y salimos a cenar; una velada agradable, que fue interrumpida
por los cuatro expedicionarios perdidos que acababan de llegar; el grupo
ascendía ya a 17 viajeros. Unos perros muertos de hambre rondaban las
mesas, y yo tuve un nuevo encuentro con la cucaracha común india, esta
vez, dentro de mi plato de “penne a la bolognesa”… Qué rrrrrrrico!
Era
noche cerrada y caían unas gotillas, pero ni eso nos quitó la idea de
hacer un botellón en la playa. Una playa paradisíaca, sólo para
nosotros. Centenares de cangrejos corrían a dos patas cuando eran
descubiertos. Con las primeras copas en la mano, y prácticamente a
oscuras, la lluvia se volvió más constante.
Poco a poco la gente se fue
metiendo en el agua, se estaba mejor dentro que fuera!! El agua tenía
una temperatura estupenda, el sonido de las olas lo llenaba todo…
Creímos por un instante ser protagonistas de la película “La
Playa”.
De
vuelta al hotel (apenas a 50 metros de la playa), sufrimos la avería de
los baños y duchas, esperables dado el precio que habíamos pagado, y
luchamos con las mosquiteras para poder colocarlas correctamente. Justo
en frente del hotel había una humilde agencia de viajes con conexión a
Internet; al día siguiente intentaríamos reservar los vuelos de vuelta a
casa, que muchos de nosotros no teníamos aún.
2 de Agosto – “Monzón Azul”
La
mañana nos recibió con un cielo nuboso y oscuro; estaba claro que el
monzón no estaba de paso por aquella zona costera bañada por el
Mar Arábigo. Aporreando las puertas se consiguió (no sin esfuerzo…) levantar
a la totalidad del regimiento. Las únicas que habitaban las playas eran
las vacas.
Parte del grupo aprovechó esas primeras horas del día para chequear sus
correos electrónicos y dar señales de vida a sus familiares y seres
queridos en el cyber que estaba en frente del hotel. También hacia las
veces de agencia de viaje; varios viajeros no tenían aún el vuelo de
vuelta a Mumbai desde Nepal o Bangladesh por lo que fue un buen momento
para preguntar precios e invertir.
A
las puertas del cyber-agencia, un lugareño al que bautizamos “Panzita”
debido a su enorme “abdominal” no hacía más que ofrecernos de todo:
motos, taxis hacia Old
Goa… Aunque al principio no captó nuestra atención, una voz en off
hizo girar nuestras cabezas “¿Y si nos pillamos unos motillos y nos
damos un voltio?”. Miramos al cielo, una llovizna suave caía sobre
nosotros… Miramos al suelo, embarrado, encharcado y resbaladizo… Dicho y
hecho…
Mientras elegíamos máquina y paquete, varias personas se dirigían en
grupo hacia nosotros. Al irse acercando, nos percatamos de que los
primeros cargaban algo al hombro, y el resto de la comitiva les seguía
detrás, en absoluto silencio. No había ninguna mujer entre ellos, y en
su mayoría iban descalzos; hasta que no pasaron justo a unos metros de
nosotros no entendimos lo que estaba sucediendo; lo que esos cuatro
hombres que encabezaban la comitiva sostenían sobre sus hombros era un
cadáver… Caminaban hacia la playa, sin lugar a dudas, para celebrar la
cremación del difunto; colocado sobre un camastro fabricado de ramas y
anchas hojas verdes, tapado por un paño blanco y decorado con flores de
colores, esa persona desfilaba de cuerpo presente delante de nosotros.
Su último paseo… bajo una cada vez más intensa lluvia... Nos mirábamos
unos a otros, conteniendo la respiración, impactados por la inesperada
escena.
Irene
y María
decidieron quedarse para intentar contemplar la cremación; el resto
exprimimos el acelerador y nos alejamos de Palolem, sin tiempo para
decidir a dónde nos dirigíamos. De camino a una gasolinera, un
“intocable” estaba sentado en cuclillas cubriéndose de la lluvia en el
puesto de comida. Aceptó sin cambiar un ápice su expresión algo de
comida y un cigarrillo. Su piel era oscura, y su torso desnudo solo
estaba cubierto por una larga y canosa barba.
En
pocos metros de travesía quedó patente que las condiciones
meteorológicas no eran las mejores para pasear en moto;
Jesús
“Nacarito” e
Ico
sufrieron sendos accidentes nada más salir; el primero vio como su
tobillo se amorataba e inflamaba por momentos, mientras que la herida
que Ico se hizo en el pie tras una caída no tenía demasiada buena pinta…
Pero no era razón para frenar a estos pilotos llenos de determinación!
Los
kilómetros iban cayendo sin conocer nuestro destino; sólo nos
preocupábamos de recordar el camino de vuelta. Adelantamientos de
infarto entre las múltiples motos en una carrera hacia ninguna parte y
sobre un pavimento totalmente encharcado… Las gotas de lluvia golpeaban
nuestras caras como si de pequeñas piedras se tratasen; era doloroso… Y
peligroso, ya que apenas podíamos abrir los ojos para vislumbrar la
siguiente curva; y todo esto sin casco (esto es India…). Para más
emoción, de vez en cuando encontrábamos grandes e impasibles búfalos de
agua totalmente parados en medio de la carretera.
Nuestra primera parada fue en una playa paradisíaca, colmada de
palmeras, digna de foto. Desde allí, intentamos llegar a otra calita a
pie… Que al final fue a nado… Es lo que tiene no calcular bien la
profundidad… Mas de un pasaporte acabó calado, mientras atravesábamos
manchas en el agua de lo parecía ser ceniza, que alguno se apresuró a
atribuirles un origen humano…
Sin
saber cómo ni cuánto tiempo llevábamos conduciendo, llegamos a lo que
parecía ser un fuerte o castillo; aparcamos las motos y nos refugiamos
de la lluvia en su interior. Más de uno tenía las manos azules debido al
frío (unas chanclas, bañador, camiseta y chubasquero en el mejor de los
casos era toda nuestra equipación). Nos encontrábamos en el fuerte del
Cabo de Rama, a unos 15-20 km de Palolem, en el distrito de
Canacona; su nombre
deriva del mitológico rey-dios
Rama, del libro épico
Ramayana, que narra
como Rama permaneció en esa zona boscosa durante 14 años de exilio junto
a su esposa Sita. Desde
tiempos ancestrales este fuerte ha estado en manos de hinduistas, luego
de musulmanes y finalmente de los portugueses (que llegaron a estas
tierras en 1763 y a los que debemos los corroídos cañones que pudimos
contemplar). Hasta 1955 fue utilizado como prisión, y ahora está en un
estado ruinoso. Varios paisanos descansaban bajo el techo de la entrada
con sus vacas. A
Juanra
le pesaban ya sus botes de spray y los desenfundó; el resultado fue un
glorioso graffiti “MANGA” cuya realización aplaudieron los lugareños. No
menos laureada fue la firma de Nacarito… Su sobrio a la par que agudo “DIPASI”
marcaría un antes y un después en nuestro viaje…
Muertos de frío, esperábamos a
Saúl,
Borjita,
Luismi
y el de ahora en adelante “Dipasi” habían parado en un pintoresco templo
a mitad de camino, en él alternaron con un simpático sacerdote. Se trata
del pequeño y rojiblanco templo hinduista de
Shri Mahalsa, construido en honor a una deidad derivada de
Vishnú.
La
vuelta no fue más fácil; calados hasta los huesos y con la lluvia de
frente, sólo deseábamos llegar… Entre otras necesidades fisiológicas, no
habíamos comido nada en todo el día!
María e Irene nos esperaban para contarnos que habían presenciado la
cremación; la lluvia no permitía que el fuego prendiera, por lo que lo
alimentaron con todo lo que tenían a mano, incluso neumáticos, que
producían un espeso humo negro que no hizo más que encrudecer la escena…
Cenamos en un chiringuito (uno de los pocos que estaban abiertos) comida
más bien universal, mientras el camarero exhibía un pequeño tiburón
“fresco”. Tras la velada, en la que nos volvimos a encontrar a la
inglesa de Mumbai rebautizada como Lola, nos fuimos a un cobertizo en la
entrada del hotel, para pasar la noche entre risas y copas de ron indio.
La velada se vio turbada cuando nos enteramos de que un masajista
recomendado por gerente del hotel se intento sobrepasar con las chicas;
los intentos de linchamiento popular se sofocaron tras horas de
discusiones… Toco cura de heridas entre otras cosas y llego la hora de dormir algo, aunque ya quedaban pocas horas
para el amanecer…
3 de
Agosto - Old Goa, esplendor y decadencia
Con
mucho sueño recibimos un nuevo día, con intención de visitar Old
Goa. Era nuestra última noche allí, por lo que tocaba preparar las
mochilas. Dipasi se levantó con una indisposición de aúpa, incapaz de
articular palabra y castigado por continuos vómitos; entre eso y que su
tobillo empezaba a dar síntomas de elefantismo galopante, era todo un
cromo. Nadie dijo que fuera a ser fácil…
(Secuelas de la
combinación de Motos + Monzón)
Nuestro queridísimo y pesadísimo Panzita (quién si no…) nos consiguió
transporte hacia Old Goa, a unos 60 km en línea recta desde
Palolem,
siendo la distancia real mayor, resultando un viaje muy pesado. La
ciudad de Old Goa fue fundada alrededor del 1440, para pocos años
después caer en manos de los portugueses. Su época de esplendor quedó ya
lejos, allá por el siglo XVI, cuando se dice que esta importantísima
colonia lusa llegó a tener más habitantes que la propia Lisboa! Las
epidemias de malaria y la llegada de poderosos rivales como los
británicos y holandeses precipitaron su declive no mucho después. El
legado arquitectónico que esta ciudad de decadente aspecto aún mantiene,
le hizo merecedora de ser nombrada
Patrimonio Cultural de la Humanidad
en 1986. Iglesias, catedrales y conventos cristianos soportan el paso
del tiempo separadas por amplias avenidas y grandes zonas ajardinadas,
que no hacen si no enmascarar la realidad de semi-abandono del resto de
la ciudad. Fueron varias las órdenes religiosas las que desembarcaron
aquí, encabezadas por los Franciscanos.
Mientras llegábamos a la ciudad abrimos nuestras guías para buscar un
hotel donde dejar nuestras mochilas a salvo durante la visita a la
ciudad, y para que el bueno de Dipasi se recuperase con una botella de
rico suero hiposodico como única compañía. Pero antes otra desgracia se
cernía sobre este sufrido viajero. Al llegar a la recepción del hotel,
mientras unos negociaban el precio de la habitación que necesitábamos y
otros descargaban los bultos de los vehículos, Dipasi se dio cuenta que
había olvidado su mochila en Palolem (ropa, dinero, pasaporte)!! Estaba
claro que no era su día… Chema y Bernon se prestaron, ante la
incapacidad del afectado, a volver a
Palolem a por ella, poniendo en
peligro su visita de Old Goa, ya que sólo estaríamos unas horas. El
beneficiado fue el taxista Panzita, que cobró otra carrera inesperada…
Nos
dividimos en grupos para visitar la ciudad. Una estatua de
Gandhi
vigilaba una rotonda de la que parten las principales avenidas hacia las
iglesias; compramos unos diminutos plátanos a una anciana y comenzamos
el paseo, mientras el cielo se ennegrecía por momentos…
La
visita más destacable fue la de la iglesia del Buen Jesús, al margen
izquierdo de la avenida. Este templo es muy importante dentro del ámbito
cristiano mundial, ya que en su interior se conserva el cuerpo
incorrupto del misionero jesuita español
San Francisco Javier, quien
comenzó su extensa labor por India, China y Japón, en Goa en 1542… Y
allí sigue…O al menos parte de él, ya que algunos miembros de su cuerpo
milagrosamente conservado fueron repartidos por diferentes diócesis de
toda Asia. Cada 10 años, el cuerpo es expuesto a los fieles, y más de un
millón de ellos pasan a hacerle una visita. Nosotros pudimos ver su
cuerpo en lo alto del altar derecho, encapsulado en una vitrina, y sólo
alcanzábamos a ver su negruzca tez, como si la de una momia egipcia se
tratara… Atravesando un patio interior, se accede a un museo que recoge
entre otras cosas multitud de pinturas alegóricas que representan a San
Francisco Javier en sus periplos por el sudeste asiático. Gran viajero…
Cruzando la avenida y unos sorprendentes cuidados jardines, corrimos a
refugiarnos de la lluvia en la catedral y el convento de San Francisco
de Asis. Nos tomamos un merecido descanso (alguno hasta echó una
cabezadita…) en sus bancos vacíos, mientras esperamos a que amainara el
chaparrón monzónico.
De
camino a la iglesia de Nuestra Señora del Rosario y el convento de Santa
Mónica, nos paramos en un curioso puesto donde se vendía de todo y de
muy dudosa calidad (similar a un bazar chino). Vacas y perros sarnosos
que se rascaban sin obtener alivio nos acompañaron durante la vuelta al
hotel. Nos acercamos a la orilla del río
Mandovi, que riega la ciudad,
donde un grotesco barco oxidado y medio hundido parecía pedir auxilio.
Multitud de barcazas y barcos de carga navegaban (increíble, dado su
cochombroso estado) o cruzaban a la otra orilla, mientras nuestro tiempo
en Old Goa se acababa… Debíamos partir hacia el
aeropuerto de Goa para
tomar un avión que nos llevaría a
Nueva Dheli, poniendo punto y final a
nuestra aventura en la región suroeste de la
península del Indostán. En
este punto; María, Irene, Sule, Javi y yo tomaríamos un vuelo hacia
Nueva Dheli, mientras que el resto del “rebaño” pasaría de nuevo por
Mumbai (para algunos de ellos, sería su primer contacto con “Bollywood”)
Vuelo Goa - Bombay compañia
SpiceJet.
Precio del vuelo
2.975 INR = 47 €
ITINERARY |
FROM/TO |
FLIGHT |
DAY |
DEPARTURE |
ARRIVAL |
STOPS |
GOI ( Goa) / BOM (
Bombay) |
258 |
03Agosto2007 |
14:30 |
15:30 |
0 |
Un
avión de la compañía india
SpiceJet apodado “Cardamomon” tomó tierra en
el
aeropuerto de Nueva Dheli. Los cinco estábamos exhaustos tras nuestra
intensa estancia en la región de
Kerala. Negociamos con un
taxista para
que nos llevara a la zona de
Old Dheli, barrio en cuya estación
tomaríamos esa misma madrugada un
tren con destino a
Jaipur (la capital
del Rajastán).
Vuelo Goa - Delhi compañia
SpiceJet.
Precio del vuelo
3.074 INR = 49 €
ITINERARY |
FROM/TO |
FLIGHT |
DAY |
DEPARTURE |
ARRIVAL |
STOPS |
GOI ( Goa) / DEL (
Delhi) |
SG - 256 |
03Agosto2007 |
17:50 |
20:15 |
0 |
La
salida de la zona del aeropuerto fue caótica; aunque era tarde multitud
de vehículos “luchaban” por mantener su posición en la calzada frente a
los otros conductores. Llegando a la estación, una imagen quedó grabada
en nuestra retina, y que difícilmente olvidaremos; cientos de personas
pernoctaban tumbados en las aceras, apiñados, abrazados unos a los
otros… Parecían estar aparcados en batería, en un caótico orden…
Dantesco. Esas personas, niños, adultos y ancianos, intentaban conciliar
el sueño, buscando la protección del grupo, esperando que la mañana
siguiente algo cambiara en sus vidas… Pero unos pocos días en este país
basta para darse cuenta que para muchos no hay futuro ni esperanza…
Deambulamos durante horas buscando una habitación para descansar unas
horas antes de tomar el tren e intentar secar nuestra ropa; pero esa
sencilla empresa a priori se convirtió en casi imposible; nos cerraron
muchas puertas esa noche, y llegamos a pensar que en esa zona de la
ciudad, poco frecuentada por extranjeros, no éramos bienvenidos…
Finalmente, alquilamos una habitación en el último piso de un edificio.
Tras tender la ropa y cenar, nos echamos para descansar. Era nuestro
sexto día en la India, y la enfermedad en alguno y el cansancio en todos
comenzaban a dificultar el viaje. Pero teníamos demasiadas cosas por ver
y por vivir como para pararnos a pensar en ello…