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4 de Agosto – Jaipur, la Ciudad Rosa

5 de Agosto – Pushkar y su lago sagrado

6 de Agosto – Udaipur, entre lagos y palacios

7 de Agosto – Jodhpur y el clan de los Rhatore

 

4 de Agosto – Jaipur, la Ciudad Rosa

Salíamos del hotel de camino a la estación; apenas había amanecido, y mirando al cielo comprobamos que no llovía; nos vestimos con las últimas prendas secas que teníamos en la mochila. Habíamos andado apenas diez metros, cuando el fenómeno monzónico despertó… No hubo tiempo de nada; en pocos segundos estábamos calados hasta los huesos, con las mochilas a hombros y corriendo hacia la estación; el agua por encima de los tobillos dificultaba la marcha. Al localizar nuestro compartimento “Sleeper Class” en el tren con destino a Jaipur (4.5 €), nos percatamos que nuestros literas y sábanas habían sido ya utilizadas… El aire acondicionado a máxima potencia nos hacía tiritar de frío, mientras tendíamos de nuevo nuestras prendas y pensábamos en que el viaje que nos esperaba iba a ser más largo que los 300 Km reales a recorrer…

En la estación de Jaipur se reunió de nuevo el populoso grupo de viajeros, y nos lanzamos a “patear” la ciudad. Tomamos la calle principal que lleva desde la estación hasta las puertas de la muralla de “La Ciudad Rosa”. Fue en 1905 cuando el príncipe Alberto de Gales visitó el lugar. Para recibirle, las paredes de la ciudad se pintaron de rosa, el color de las bienvenidas oficiales y símbolo de hospitalidad de Jaipur, de ahí su sobrenombre.

Por fin estábamos en la India que todos habíamos imaginado (o al menos parecido, porque aquello difícilmente se puede imaginar). El asfalto cubierto de una espesa y olorosa mezcla de barro y excrementos de vaca, la calzada atestada de vehículos ruidosos, algunos a pedales y otros traccionados por enormes camellos u otros animales, cientos de personas deambulando, comerciando, charlando…Amigos, estamos en el corazón de la India!

Avanzamos desde la estación de tren hacia las murallas de la antigua ciudad, entre edificios teñidos de tonos rosados y un indescriptible caos de transeúntes y vehículos no dejaba de atrapar nuestras miradas atónitas; traspasada la puerta oeste de entrada a la ciudad, Chanpold Gate, no perdimos la oportunidad de entrar en un pequeño templo hinduista y contemplar los ritos que se estaban celebrando. Una mujer sentada en el suelo y engalanada de sedas de intensos rosas y verdes, golpeaba dos platillos mientras otros feligreses adoraban las espectaculares imágenes de sus dioses tras una cortina de motivos florales. También paramos en lo que parecía ser una escuela o internado, donde varios niños nos regalaron inmensas sonrisas y posaban frente a nuestras cámaras. Nos llamo especialmente la atención uno de ellos, parecia la portada del National Geographic la chica Afgana con esos ojos impresionantes que recorrio medio mundo. Multitud de comerciantes ofrecían su mercancía y servicios en pleno suelo…. Entre ellos, uno nos llamó poderosamente la atención; dientes, colmillos, muelas, dentaduras postizas y tenazas de diferentes tamaños dispuestos sobre una manta en el suelo, acompañados de fotos con el antes y después de alguno de sus pacientes tras pasar por sus manos; era un dentista “callejero”…

   muchacha afgana

Ascendimos a lo alto de la torre Isarlat, guardada por varios monos, desde donde las vistas de la Ciudad Rosa y sus alrededores son impresionantes, destacando el City Palace con el fuerte de Nahargarth vigilante desde un alto, al norte de la ciudad.

Caminando descubrimos unos encantadores de serpiente, imagen típica de la India que todos teníamos en la memoria y que ahora contemplábamos en persona el hipnótico baile de la cobra. Estábamos en la entrada de Jantar Mantar, un observatorio astronómico muy particular; construído en 1728 bajo el mandato del maharajá Jai Singh, y parece ser un parque con grandes y curiosas esculturas decorativas de piedra y mármol de estilo vanguardista… Y nada más lejos de la realidad, ya que resultan ser instrumentos de medición y observación de fenómenos celestes, tales como eclipses, posición de las estrellas, etc… Digno de visitar, pero ojo con las cámaras, hay que pagar por sacar fotos… Y son muy estrictos!

Nos separamos para coger unos ricksaws hasta el Palacio de los Vientos (Hawa Mahal). Se ha convertido en el símbolo de Jaipur, construido en arenisca roja en 1799 por el maharajá Sawai Pratap Singh. Su función era acoger a las mujeres del harén real, las cuáles podían observar la vida exterior sin ser vistas a través de sus casi 1000 pequeñas ventanas; precisamente, el palacio toma su nombre de la melodía que provocaba el viento al pasar a través de esas ventanas. Aquel día, su fachada estaba cubierta por unos endebles andamios de bambú con la intención de restaurarlo. De nuevo encontramos problemas con las cámaras; niños espías vagan por el palacio a la caza del turista que no haya pagado la tasa!

Todavía teníamos tiempo hasta la partida del tren hacia Ajmer; algunos aprovechamos para acercarnos al Raj Mandir, la sala de cine más grande de la India! Por desgracia, el aforo estaba completo, y nos quedamos con las ganas de disfrutar de nuevo del arte de Bollywood.

El viaje en tren lo amenizamos con partidas de cartas que reunieron a un nutrido grupo de público local, mientras Irene sufría los estragos de la gastroenteritis. Cuando llegamos a Ajmer, la noche comenzaba a caer... Mientras negociábamos con multitud de “transportistas” nuestro traslado a la próxima localidad de Pushkar, a 14 de Km de allí, observamos a nuestro alrededor cómo multitud de personas sin hogar buscaban refugio en la estación de tren. María y yo nos acercamos a unos niños, descalzos y vestidos con ropas harapientas; les regalamos unos pequeños coches de juguete traídos desde España con ese fin, y la extrema suciedad de sus diminutas caras no pudo ocultar su sincera y asombrada sonrisa.

Finalmente tomamos un pequeño autobús que llenamos hasta la bandera; el conductor nos obsequió con una sesión de música a todo volumen de los más cutre, llamémoslo “indi-techno”, a la que respondimos con bailes, palmas y vítores. Llegando a algo comenzó a no olernos bien; primeramente, el bus se detuvo en una especie de garita, donde tuvimos que pagar una extraña tasa aduanera (¿una aduana entre dos pueblos y en mitad de la nada?!). Estaba claro que nos estaban timando, pero mis negociaciones no dieron fruto y pasamos por el aro...

Rodeados de una total oscuridad, llegamos a Pushkar. Pocas luces nos daban la bienvenida y ni un alma paseaba

 por sus sucias calles, aparte de un grupo de vacas. Calles sin asfaltar y farolas torcidas. El ambiente era totalmente fantasmal, difícil de describir;  la situación empeoró cuando la tripulación del autobús se negó a continuar sin razón aparente; ni siquiera nuestras amenazas de no pagarles si no nos llevaban a un hotel les hizo cambiar de opinión... ¿Por qué extraña razón no querían internarse en el poblado? Vivimos uno de los momentos más tensos de todo el viaje; cansados, irritados y no poco asustados, bajamos del bus en busca de algún sitio para pasar la noche. Frente al autobús, un cartel en inglés nos informaba de las reglas y prohibiciones a seguir durante nuestra estancia en este sagrado lugar: se prohíbe la comida no vegetariana, se debe vestir respetuosamente, prohibido fotografiar el lago sagrado o acercarse a él con calzado a menos de 30 pies...  Lo que parecía una ciudad sin ley, tenía leyes!

Milagrosamente hallamos “vida inteligente” en una casa-hotel familiar, Hotel Kanhaia (HOTEL KANHAIA, cerca Mali Mandir, Choti Basti, Pushkar 00911452772146, 200 rupias = 3.25 €), que nos acogió esa noche; repartidos en camas por sus diversas habitaciones, nos percatamos con estupor como los miembros de la familia dormían en el suelo; para llegar a mi cama tuve que pasar sigilosamente sobre una anciana y varios niños tendidos sobre una alfombra... Había sido un día duro y tras tender de nuevo la ropa mojada desde hace días y con pocas esperanzas de que se secara, intentamos descansar tras tomar algo de cena en la azotea del hotel.

 

5 de Agosto – Pushkar y su lago sagrado

Temprano nos decidimos a conocer este nuevo lugar, que a diferencia de la inactividad que observamos la noche anterior, ya hervía de actividad. Pushkar es un emplazamiento sagrado para la religión hindú; según sus escrituras, Lord Brahma sobrevoló el desierto del Rajhastán a lomos de su cisne sagrado con una flor de loto en su pico. Algunos pétalos se desprendieron y cayeron en el árido paraje, donde milagrosamente, brotó el lago. Esta población también es famosa por su feria de camellos, celebrada en otoño, y de la que por desgracia no podríamos disfrutar en esa ocasión.

La vida gira en torno a su lago sagrado, cientos de templos y palacios han observado durante siglos como multitud de peregrinos se acercaban a su orilla y para rezar y tomar un baño purificador en sus ghats. Un ghat está formado por una serie de escalones en la orilla y que se llegan a introducir en el agua. Es uno de los lugares más importantes para los indios, donde el contacto con el agua de sus ríos y lagos sagrados se hace patente. Tras descalzarnos siguiendo la norma, bajamos hasta el lago, donde miles de prehistóricos peces de enorme tamaño luchaban por una buena posición cerca de la orilla en busca de alimento; no menos voraces parecían los “sacerdotes” que captan al turista nada más llegar; te pintan la frente, te ofrecen flores y te invitan a repetir un rezo en su idioma, que se supone sirve para proteger a tus seres queridos; al terminar te exigen una cuantiosa “donación obligatoria”, son tajantes, si no pagas, la felicidad de tus familiares está en peligro! Y si te pillan haciendo una foto, la multa que te exigen es desproporcionada. Ojo a estos caraduras... A pesar de ellos, la imagen del lago rodeado de templos y ghats, gente purificándose en sus aguas y cientos de pájaros intentando mermar la superpoblación de peces, es sin duda fascinante.

Aquí se encuentra el único templo de la India dedicado a  Brahma; unas escalinatas ascienden hacia su entrada. Allí, entre altares e imágenes de dioses hindúes encontramos un cofe verde bajo candado, con una ranura y una curiosa invitación escrita: “Donate for cows”.

Sorprende la cantidad de peregrinos y turistas que atrae esta pequeña población; infinidad de puestos ambulantes ofrecen coloridas prendas, frutas, colgantes... En frente de una de estas pequeñas tiendas, una niña me miraba fija pero tímidamente. El resto de niños se habían abalanzado sobre nosotros durante el resto del día pidiéndonos dinero o comida... Pero esta niña, sólo miraba, escondiendo sus enormes ojos tras mechones de pelo sucio y desaliñado; me acerqué y pasamos un rato jugando con una chapa de botella oxidada; nuestro lenguaje no era el mismo, pero la diversión y el juego son universales.

Algunos de los miembros de la expedición, aprovecharon parte de la tarde para afeitarse al mas típico estilo indi, fue el caso de Chema, Capello, Juanra y Coke.

El día se nos había pasado casi sin darnos cuenta, y era hora de partir de nuevo. Nos íbamos con una sensación extraña; es un lugar difícil de describir y que definitivamente hay que visitar para experimentar las sensaciones que nos llevamos de Pushkar.

Nos dirigimos a la estación de autobuses, que en realidad era un recinto sin asfaltar y llenos de basura, rodeado de carretas de madera donde se vendían frutas y hortalizas y donde las vacas ganaban por mucho en número a los destartalados autobuses. Tras informarnos acerca de que autobús debíamos tomar, hacia Ajmer, nos percatamos de que el maltrecho vehículo iba casi lleno (eso en la India significa que ya ha alcanzado el doble de su capacidad). Amablemente el conductor nos ofreció a los que nos habíamos quedado fuera tomar “asiento” sobre el techo del autobús... No lo dudamos ni un instante, y junto con las mochilas, Juanra, Chema, Saúl, Dipasi, Luismi, Borja, Bernon, Coke, Garci y un servidor (Rober) escalamos hasta el techo. Entre risas, el autobús comenzó a andar y a tomar velocidad; apenas teníamos donde agarrarnos y en más de una curva estuvimos a punto de perder el equilibrio. Nos teníamos que agachar para no tocar los cables de alta tensión que cruzaban la carretera, y las ramas de los árboles, poblados de monos, nos golpeaban si no estábamos atentos. ¡Una grandísima experiencia!!!

   

En la parada de autobuses de Ajmer, Ico se dolía de la herida de guerra que arrastraba desde nuestra excursión motera en Goa. Su evolución no había sido nada buena, y la erosión en su pie derecho estaba llena de pus, y su piel estaba amoratada hasta el tobillo. Amenazó con poner fin al viaje y volver a España; tras los cuidados de María, decidimos hacer uso del seguro médico (Europe Assistance) y acudir a un hospital para que le inyectaran antibiótico. María, Irene, Sule, Javi, Borja, Luismi y yo decidimos quedarnos con Ico esa noche en Ajmer, mientras que los demás tomaron un bus nocturno hacia Udaipur. Allí nos reencontraríamos al día siguiente.

Las gestiones con el seguro dieron como resultado la visita a un hospital, que resultó ser una clínica ginecológica en un barrio residencial a las afueras de Ajmer!! Aún así, el trato fue inmejorable dadas las condiciones, honrando la bien merecida fama que tienen los médicos indios. Tras las curas, el doctor se ofreció a llevar a los viajeros de vuelta a la estación.

La búsqueda de habitación esa noche no fue nada fácil; tras deambular por medio Ajmer, acabamos eligiendo un hostal pegado a al estación de tren donde a la mañana siguiente muy temprano subiríamos al tren con destino Udaipur. El recepcionista no era muy espabilado que digamos, y tuvimos que rellenar nuestros datos uno a uno en el libro de huéspedes…Nos dimos una vuelta por los alrededores, y contuvimos la respiración al contemplar como cientos de personas sin hogar yacían tumbados bajo el techo de la estación de autobuses, dispuestos a pasar la noche. Aunque nosotros teníamos cama, los charlatanes de la recepción nos mantuvieron en vela...

 

6 de Agosto – Udaipur, entre lagos y palacios

Un perro decapitado, con su cabeza cerca de él pero sin ella, yacía en la vía de la estación de Ajmer cubierto de moscas…El trayecto en tren hasta Udaipur no era, a priori, de los más largos ni de los más atestados… Pero sí uno de los más duros…El convoy sufrió varias averías y paradas, retrasando el tiempo de llegada. La falta de sueño y el cansancio hizo de éste un viaje difícil de olvidar.

Llegamos a media mañana a esta ciudad del sur de la región del Rajastán tras la parada obligada en Ajmer del día anterior; con Ico en plena recuperación, y como no, bajo una fina lluvia, nos dirigimos en ricksaw hacia el lago Pichola, sin lugar a dudas símbolo y corazón de esta majestuosa ciudad. Su tamaño fue aumentado artificialmente hasta sus actuales 4x3 Km por orden de Maharana Udai Singh, tras fundar a sus orillas la ciudad que fue capital del reino Mewar. Dos pequeñas islas “vigilan” la ciudad, ambas coronadas por sendos palacios. La más pequeña y próxima se llama Isla Jagniwas, y está cubierta por completo por un palacio que data del 1754; actualmente se ha convertido en un hotel de lujo de un blanco inmaculado.  Se sitúa justo enfrente del City Palace, el complejo palaciego de mayor tamaño de todo el Rajasthan. Jagmandir es el nombre de la otra isla, al sur de la primera.

Enfundados en nuestros chubasqueros, nos encontramos ante una puerta que da paso desde las callejuelas mojadas hacia el lago; allí, un ghat es utilizado por los ciudadanos como ducha, lavadora, tendedero y friega-platos, mientras una pareja de músicos sentados en el suelo extraen una exótica melodía de una especie de mandolina.

Decidimos visitar el City Palace, conscientes del poco tiempo que teníamos y de que el día avanzaba rápidamente… Tras adquirir los tickets en la oficina de turismo a la izquierda de la entrada principal (25 rp), llamada “Bara Pol”, atravesamos el triple arco (“Tripolia”) y quedamos sorprendidos por este increíble complejo, compendio de arquitectura china, europea y medieval. Cientos de terrazas coronadas por cúpulas puntiagudas, arcadas y corredores se asoman tanto a las aguas del lago Pichola como a los jardines interiores del palacio. En realidad, este palacio es un conjunto de más de diez, que fueron construidos en diferentes épocas y por diferentes gobernantes. Mediante unas rampas, en la parte sur del City Palace, y tras atravesar los jardines, se accede al muelle donde se toman las embarcaciones que llevan a los visitantes hasta la isla de Jagmandir. Una cantidad considerable de turistas se agolpaban bajo la lluvia en espera del próximo barco. El precio es realmente abusivo (300 rp); apenas media hora de lenta navegación es suficiente para alcanzar el palacio flotante, y mientras se llega, las vistas de las elaboradas fachadas del City Palace reflejadas en el lago, nos da una vaga idea de la majestuosidad que un día tuvo este lugar…

El palacio de la isla de Jagmandir, del siglo XVII, fue construido en arenisca amarilla y mármol. Ocho imponentes estatuas de elefantes a tamaño real, levantan sus trompas como si saludasen a los visitantes, alzando unas antorchas apagadas. Un patio central con fuentes y jardines da paso a varias estancias, decoradas con murales y espejos. Tomamos el barco de vuelta, con la noche acechando.

Antes de buscar algún sitio para reponer fuerzas, a unos 200 metros del City Palace, encontramos un impresionante templo hinduista; se trata del templo de Jagdish, dedicado a Vishnu, principal dios del Trimurti, a la vez Creador, Preservador y Destructor del universo. Impacta la cantidad de esculturas de blanco mármol que decoran sus paredes; en su entrada principal, y a ambos lados de una escalinata de una treintena de escalones, dos elefantes de mármol, engalanados y con la trompa apoyada en la frente, son centinelas del templo desde 1651, año de construcción de esta majestuosa edificación. Un cartel a la entrada deja bien claro que está estrictamente prohibido hacer fotos. Asistimos estupefactos a una ceremonia hindú, la más colorista y animada expresión religiosa que jamás habíamos contemplado…

Justo enfrente del templo, existe un edificio cuya azotea alberga el café Mayur; fue nuestra elección para una cena a base de arroz, con espectaculares vistas del templo de Jagdish y de la populosa vida nocturna que a sus alrededores se había congregado.

Nos reunimos con el resto del grupo, que al haber llegado antes, habían planeado la visita de esta elegante ciudad de manera diferente, en bicicleta!!. Nuestro próximo destino era Jodhpur, la segunda ciudad más grande del Rajhastán después de Jaipur… Se optó por tomar un autobús nocturno; de las 19 plazas que necesitábamos, sólo cinco eran en cama, que se sortearon o cedieron a los más “tocados”. Qué decir de este viaje; un auténtico infierno! Más que por una carretera, nuestra ruta parecía transitar por un camino de cabras, los botes y baches eran continuos; las personas que íbamos en las cabinas-literas, saltábamos y nos golpeábamos con el techo. Los que iban sentados, sufrían la famosa hacinación de los medios de transportes indios. Decenas de personas se apiñaban sentados en el suelo del pasillo del autobús, en los huecos que quedaban entre los equipajes. De pronto un pasajero autóctono no soportó tanto meneo y vomitó sobre nuestras mochilas… El olor dentro del bus terminó por hacer insoportable aquel viaje…

 

7 de Agosto – Jodhpur y el clan de los Rhatore

Como ya era rutina cada vez que llegábamos a un nuevo lugar, buscar alojamiento fue lo primero que hicimos en Jodhpur. Kuku Guesthouse fue el hostal elegido, sitio agradable, con habitaciones grandes y limpias y una terraza en la azotea con vistas al fuerte de la ciudad; Coke y Mónica decidieron buscar un hotel más confortable, ya que el primero sufría de fiebre muy alta, y no aguantaba más…Harían una noche más en Jodhpur para visitar un médico y nos reuniríamos con ellos en Delhi unos días más tarde.

Tras repartirnos las habitaciones, soltar las pesadas mochilas y desayunar, nos lanzamos a visitar el fuerte; para ello, tomamos, como no, unos ya más que familiares ricksaws. Fundado en el año 1459, el fuerte de Mehrangarh domina majestuoso toda la ciudad desde una colina de más de 100 metros de altura sobre Jodhpur; construido en arenisca roja, parece emerger del terreno, del mismo color que sus murallas; éstas se elevan recias y sobrias, mientras que son rematadas en su parte más alta con las más finas formas esculpidas que se pueden imaginar. Incluido en el precio de 200 Rp pudimos equiparnos con auriculares de audio-guía (y en español!) y nos adentramos en este enorme complejo. Esculpidas a un lado de la puerta principal encontramos las simbólicas manos de las mujeres que practicaron el sati, la inmolación en la pira fúnebre de los rajás muertos (aunque dudamos que fuera por amor o fidelidad…). Nada más y nada menos que diecisiete generaciones de maharajás del clan de los Rathore han ido añadiendo y modificando parte de los palacios, salones, terrazas y estancias del fuerte, hasta convertirlo en más de 10 hectáreas de historia hindú.  Ascendiendo rampas, se va ganando altura sobre la ciudad, entre torreones yventanales de tejadillos semicirculares, rodeados de paredes esculpidas y taladradas con todas las formas geométricas imaginables en mosaicos y celosías, y con un acabado tan perfecto y delicado, que parece más una labor de ganchillo que esculpido en roca. Su función consistía que las mujeres de la corte pudieran asomarse al mundo a través de estas elaboradas celosías sin ser vistas desde el exterior. Realmente asombroso...

Varias estancias recogen a modo de museo diversos objetos centenarios, como los asientos que utilizaban los maharajás para desplazarse sobre los elefantes, muestra fehaciente del lujo del que se rodeaban. Esa increíble riqueza también se observa en los trabajos en espejo y vidrieras multicolores que adornan las paredes interiores.

Desde lo alto de la fortaleza, nos percatamos de por qué a Jodhpur se le conoce como la Ciudad Azul. Un mar de casas teñidas de añil que se apretujan unas contra otras, como si estuviesen asustadas por la presencia del fuerte, inundaba todo nuestro campo visual. Los colores de las fachadas de las humildes casas pasan desde un azul blanquecino hasta el más intenso, con un resultado final de conjunto impactante. Su color azulado se confundía con el del cielo de aquel radiante día. También cabe destacar el sonido de murmullos que se escucha desde el fuerte procedente de cada azotea de cada una de las apretadas casas.

Hay que decir que la visita completa al fuerte fue realmente cansada… Ni la útil audioguía pudo evitar que cayéramos rendidos por los rincones (María e Irene se echaron una buena siesta!). Como nota curiosa, en el patio del fuerte un adivino puede leer las líneas de la mano (con bastante acierto según alguno de nuestros expedicionarios…) y en la tienda de souvenirs del final se puede comprar la equipación del equipo de polo de las Águilas de Jodhpur.

A poca distancia en ricksaw del fuerte, llegamos al cenotafio de Jaswant Thada ( entrada 20 Rp),  monumento funerario erigido en 1899 en honor al maharajá Jaswant Singh II. Se trata de una edificación pequeña, pero bastante espectacular; está construído en su totalidad con placas de mármol blanco, en el que los rayos reflejados del sol nos dejó boquiabiertos…Buen aperitivo para los que ansiaban encontrarse cara a cara con el legendario Taj Mahal. Desde allí, al igual que desde el fuerte y desde el hostal, se visualizaba en el horizonte la fantasmal silueta de una edificación colosal. Debía de ser enorme, dado el tamaño que percibíamos estando tan lejos!! Indagamos, y pronto supimos que se trataba del palacio de Umaid Bhawan.

Volvimos a la ciudad y visitamos brevemente el bazar de Sardar, organizado a los pies de una torre con un enorme reloj (“The Clock Tower”, el corazón de Jodhpur), y al que se accede a través de una enorme puerta de piedra en forma de arco. Entre transeúntes y vacas, los comerciantes ofrecía su género, sobre todo frutas, expuestas en carros de madera. Ahi nos aprovisionamos de unos sandwiches de los mas ricos y toxicos que hemos probado en la vida, eran de unos  huevos cocidos famosos en toda la ciudad y por tan solo unos 15 centimos de euro.

Tomamos unos ricksaws hacia el palacio de Umaid Bhawan. Al llegar el patio que precede a la entrada, su tamaño nos sorprendió. Su construcción comenzó en 1928 en honor al maharajá Umaid Singh, y su diseño corrió a cargo del presidente del Instituto Real Británico de Arquitectos (la India aún estaba ocupada por los ingleses). Tardó 15 años en completarse las obras, y para ello se contrató a varios millares de lugareños en una época de sequía en la zona, por lo que algunos creen que este proyecto pudo formar parte de un programa de creación de empleo…El descendiente de Umaid Singh vive hoy día en una parte del palacio, mientras que el resto ha sido convertido en un hotel de lujo… Pero de mucho lujo, tiene hasta sala de cine y museos propios!! Realizamos una pequeña incursión en el interior del hotel, pero como era de esperar, nos echaron pronto…

Tras descansar un rato en el césped exterior, volvimos a tomar ricksaws para volver a la ciudad. De nuevo dimos una vuelta por la Clock Tower, mientras la noche caía sobre la Ciudad Azul.

A las 23:25h saldríamos en tren hacia Jaisalmer (2.5 €), 300 km dirección al corazón del desierto de Thar. No era nuevo, pero no pudimos evitar quedar perplejos al ver a cientos de personas pasando la noche en el suelo de la estación…Nos tumbamos en las estrechas y traqueteantes literas que colgaban de las paredes del tren con la esperanza de conciliar el sueño; tapones o i-pods eran nuestras principales armas.

  

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