4 de Agosto – Jaipur,
la Ciudad Rosa
Salíamos del hotel de camino a la estación;
apenas había amanecido, y mirando al cielo comprobamos que no llovía;
nos vestimos con las últimas prendas secas que teníamos en la mochila.
Habíamos andado apenas diez metros, cuando el fenómeno
monzónico
despertó… No hubo tiempo de nada; en pocos segundos estábamos calados
hasta los huesos, con las mochilas a hombros y corriendo hacia la
estación; el agua por encima de los tobillos dificultaba la marcha. Al
localizar nuestro compartimento “Sleeper Class” en el
tren con destino a
Jaipur
(4.5 €), nos percatamos que nuestros literas y sábanas habían
sido ya utilizadas… El aire acondicionado a máxima potencia nos hacía
tiritar de frío, mientras tendíamos de nuevo nuestras prendas y
pensábamos en que el viaje que nos esperaba iba a ser más largo que los
300 Km reales a recorrer…
En la estación de
Jaipur se reunió de nuevo
el populoso grupo de viajeros, y nos lanzamos a “patear” la ciudad.
Tomamos la calle principal que lleva desde la estación hasta las puertas
de la muralla de “La Ciudad Rosa”. Fue en 1905 cuando el príncipe
Alberto de Gales visitó el lugar. Para recibirle, las paredes de la
ciudad se pintaron de rosa, el color de las bienvenidas oficiales y
símbolo de hospitalidad de Jaipur, de ahí su sobrenombre.
Por fin estábamos en la India que todos
habíamos imaginado (o al menos parecido, porque aquello difícilmente se
puede imaginar). El asfalto cubierto de una espesa y olorosa mezcla de
barro y excrementos de vaca, la calzada atestada de vehículos ruidosos,
algunos a pedales y otros traccionados por enormes camellos u otros
animales, cientos de personas deambulando, comerciando,
charlando…Amigos, estamos en el corazón de la India!
Avanzamos desde la estación de tren hacia
las murallas de la antigua ciudad, entre edificios teñidos de tonos
rosados y un indescriptible caos de transeúntes y vehículos no dejaba de
atrapar nuestras miradas atónitas; traspasada la puerta oeste de entrada
a la ciudad, Chanpold Gate, no perdimos la oportunidad de entrar en un
pequeño templo hinduista y contemplar los ritos que se estaban
celebrando. Una mujer sentada en el suelo y engalanada de sedas de
intensos rosas y verdes, golpeaba dos platillos mientras otros
feligreses adoraban las espectaculares imágenes de sus dioses tras una
cortina de motivos florales. También paramos en lo que parecía ser una
escuela o internado, donde varios niños nos regalaron inmensas sonrisas
y posaban frente a nuestras cámaras. Nos llamo especialmente la atención
uno de ellos, parecia la
portada del National Geographic la chica Afgana con esos ojos
impresionantes que recorrio medio mundo. Multitud de comerciantes ofrecían
su mercancía y servicios en pleno suelo…. Entre ellos, uno nos llamó
poderosamente la atención; dientes, colmillos, muelas, dentaduras
postizas y tenazas de diferentes tamaños dispuestos sobre una manta en
el suelo, acompañados de fotos con el antes y después de alguno de sus
pacientes tras pasar por sus manos; era un dentista “callejero”…
Ascendimos a lo alto de la torre Isarlat,
guardada por varios monos, desde donde las vistas de la
Ciudad Rosa y
sus alrededores son impresionantes, destacando el City Palace con el
fuerte de Nahargarth vigilante desde un alto, al norte de la ciudad.
Caminando descubrimos unos encantadores de
serpiente, imagen típica de la India que todos teníamos en la memoria y
que ahora contemplábamos en persona el hipnótico baile de la cobra.
Estábamos en la entrada de Jantar Mantar, un observatorio astronómico
muy particular; construído en 1728 bajo el mandato del maharajá Jai
Singh, y parece ser un parque con grandes y curiosas esculturas
decorativas de piedra y mármol de estilo vanguardista… Y nada más lejos
de la realidad, ya que resultan ser instrumentos de medición y
observación de fenómenos celestes, tales como eclipses, posición de las
estrellas, etc… Digno de visitar, pero ojo con las cámaras, hay que
pagar por sacar fotos… Y son muy estrictos!
Nos separamos para coger unos ricksaws hasta
el Palacio de los Vientos (Hawa Mahal). Se ha convertido en el símbolo
de Jaipur, construido en arenisca roja en 1799 por el maharajá
Sawai
Pratap Singh. Su función era acoger a las mujeres del harén real, las
cuáles podían observar la vida exterior sin ser vistas a través de sus
casi 1000 pequeñas ventanas; precisamente, el palacio toma su nombre de
la melodía que provocaba el viento al pasar a través de esas ventanas.
Aquel día, su fachada estaba cubierta por unos endebles andamios de
bambú con la intención de restaurarlo. De nuevo encontramos problemas
con las cámaras; niños espías vagan por el palacio a la caza del turista
que no haya pagado la tasa!
Todavía teníamos tiempo hasta la partida del
tren hacia Ajmer; algunos aprovechamos para acercarnos al
Raj Mandir, la
sala de cine más grande de la India! Por desgracia, el aforo estaba
completo, y nos quedamos con las ganas de disfrutar de nuevo del arte de
Bollywood.
El viaje en tren lo amenizamos con partidas
de cartas que reunieron a un nutrido grupo de público local, mientras
Irene sufría los estragos de la gastroenteritis. Cuando llegamos a
Ajmer,
la noche comenzaba a caer... Mientras negociábamos con multitud de
“transportistas” nuestro traslado a la próxima localidad de
Pushkar, a
14 de Km de allí, observamos a nuestro alrededor cómo multitud de
personas sin hogar buscaban refugio en la estación de tren. María y yo
nos acercamos a unos niños, descalzos y vestidos con ropas harapientas;
les regalamos unos pequeños coches de juguete traídos desde España con
ese fin, y la extrema suciedad de sus diminutas caras no pudo ocultar su
sincera y asombrada sonrisa.
Finalmente tomamos un pequeño
autobús que
llenamos hasta la bandera; el conductor nos obsequió con una sesión de
música a todo volumen de los más cutre, llamémoslo “indi-techno”, a la
que respondimos con bailes, palmas y vítores. Llegando a algo comenzó a
no olernos bien; primeramente, el bus se detuvo en una especie de
garita, donde tuvimos que pagar una extraña tasa aduanera (¿una aduana
entre dos pueblos y en mitad de la nada?!). Estaba claro que nos estaban
timando, pero mis negociaciones no dieron fruto y pasamos por el aro...
Rodeados de una total oscuridad, llegamos a
Pushkar. Pocas luces nos daban la bienvenida y ni un alma paseaba
por
sus sucias calles, aparte de un grupo de vacas. Calles sin asfaltar y
farolas torcidas. El ambiente era totalmente fantasmal, difícil de
describir; la situación empeoró cuando la tripulación del autobús se
negó a continuar sin razón aparente; ni siquiera nuestras amenazas de no
pagarles si no nos llevaban a un hotel les hizo cambiar de opinión...
¿Por qué extraña razón no querían internarse en el poblado? Vivimos uno
de los momentos más tensos de todo el viaje; cansados, irritados y no
poco asustados, bajamos del bus en busca de algún sitio para pasar la
noche. Frente al autobús, un cartel en inglés nos informaba de las
reglas y prohibiciones a seguir durante nuestra estancia en este sagrado
lugar: se prohíbe la comida no vegetariana, se debe vestir
respetuosamente, prohibido fotografiar el lago sagrado o acercarse a él
con calzado a menos de 30 pies... Lo que parecía una ciudad sin ley,
tenía leyes!
Milagrosamente hallamos “vida inteligente”
en una casa-hotel familiar,
Hotel Kanhaia
(HOTEL KANHAIA, cerca Mali Mandir,
Choti Basti, Pushkar
00911452772146,
200 rupias = 3.25 €), que nos acogió esa noche;
repartidos en camas por sus diversas habitaciones, nos percatamos con
estupor como los miembros de la familia dormían en el suelo; para llegar
a mi cama tuve que pasar sigilosamente sobre una anciana y varios niños
tendidos sobre una alfombra... Había sido un día duro y tras tender de
nuevo la ropa mojada desde hace días y con pocas esperanzas de que se
secara, intentamos descansar tras tomar algo de cena en la azotea del
hotel.
5 de Agosto – Pushkar
y su lago sagrado
Temprano nos decidimos a conocer este nuevo
lugar, que a diferencia de la inactividad que observamos la noche
anterior, ya hervía de actividad. Pushkar
es un emplazamiento sagrado
para la religión hindú;
según sus escrituras, Lord
Brahma sobrevoló el
desierto del Rajhastán a lomos de su cisne sagrado con una flor de loto
en su pico. Algunos pétalos se desprendieron y cayeron en el árido
paraje, donde milagrosamente, brotó el
lago. Esta población también es
famosa por su feria de camellos, celebrada en otoño, y de la que por
desgracia no podríamos disfrutar en esa ocasión.
La vida gira en torno a su
lago sagrado,
cientos de templos y palacios han observado durante siglos como multitud
de peregrinos se acercaban a su orilla y para rezar y tomar un baño
purificador en sus ghats. Un
ghat está formado por una serie de
escalones en la orilla y que se llegan a introducir en el agua. Es uno
de los lugares más importantes para los indios, donde el contacto con el
agua de sus ríos y lagos sagrados se hace patente. Tras descalzarnos
siguiendo la norma, bajamos hasta el lago, donde miles de prehistóricos
peces de enorme tamaño luchaban por una buena posición cerca de la
orilla en busca de alimento; no menos voraces parecían los “sacerdotes”
que captan al turista nada más llegar; te pintan la frente, te ofrecen
flores y te invitan a repetir un rezo en su idioma, que se supone sirve
para proteger a tus seres queridos; al terminar te exigen una cuantiosa
“donación obligatoria”, son tajantes, si no pagas, la felicidad de tus
familiares está en peligro! Y si te pillan haciendo una foto, la multa
que te exigen es desproporcionada. Ojo a estos caraduras... A pesar de
ellos, la imagen del lago rodeado de templos y
ghats, gente
purificándose en sus aguas y cientos de pájaros intentando mermar la
superpoblación de peces, es sin duda fascinante.
Aquí se encuentra el único templo de la
India dedicado a Brahma; unas escalinatas ascienden hacia su entrada.
Allí, entre altares e imágenes de dioses hindúes encontramos un cofe
verde bajo candado, con una ranura y una curiosa invitación escrita:
“Donate for cows”.
Sorprende la cantidad de peregrinos y
turistas que atrae esta pequeña población; infinidad de puestos
ambulantes ofrecen coloridas prendas, frutas, colgantes... En frente de
una de estas pequeñas tiendas, una niña me miraba fija pero tímidamente.
El resto de niños se habían abalanzado sobre nosotros durante el resto
del día pidiéndonos dinero o comida... Pero esta niña, sólo miraba,
escondiendo sus enormes ojos tras mechones de pelo sucio y desaliñado;
me acerqué y pasamos un rato jugando con una chapa de botella oxidada;
nuestro lenguaje no era el mismo, pero la diversión y el juego son
universales.
Algunos de los miembros de la expedición,
aprovecharon parte de la tarde para afeitarse al mas típico estilo indi, fue
el caso de Chema, Capello, Juanra y Coke.
El día se nos había pasado casi sin darnos
cuenta, y era hora de partir de nuevo. Nos íbamos con una sensación
extraña; es un lugar difícil de describir y que definitivamente hay que
visitar para experimentar las sensaciones que nos llevamos de Pushkar.
Nos dirigimos a la estación de autobuses,
que en realidad era un recinto sin asfaltar y llenos de basura, rodeado
de carretas de madera donde se vendían frutas y hortalizas y donde las
vacas ganaban por mucho en número a los destartalados autobuses. Tras
informarnos acerca de que
autobús debíamos tomar, hacia
Ajmer, nos
percatamos de que el maltrecho vehículo iba casi lleno (eso en la India
significa que ya ha alcanzado el doble de su capacidad). Amablemente el
conductor nos ofreció a los que nos habíamos quedado fuera tomar
“asiento” sobre el techo del autobús... No lo dudamos ni un instante, y
junto con las mochilas, Juanra, Chema, Saúl, Dipasi, Luismi, Borja,
Bernon, Coke, Garci y un servidor (Rober) escalamos hasta el techo.
Entre risas, el autobús comenzó a andar y a tomar velocidad; apenas
teníamos donde agarrarnos y en más de una curva estuvimos a punto de
perder el equilibrio. Nos teníamos que agachar para no tocar los cables
de alta tensión que cruzaban la carretera, y las ramas de los árboles,
poblados de monos, nos golpeaban si no estábamos atentos.
¡Una
grandísima experiencia!!!
En la parada de autobuses de
Ajmer, Ico se
dolía de la herida de guerra que arrastraba desde nuestra excursión
motera en Goa. Su evolución no había sido nada buena, y la erosión en su
pie derecho estaba llena de pus, y su piel estaba amoratada hasta el
tobillo. Amenazó con poner fin al viaje y volver a España; tras los
cuidados de María, decidimos hacer uso del seguro médico (Europe
Assistance) y acudir a un hospital para que le inyectaran antibiótico.
María, Irene, Sule, Javi, Borja, Luismi y yo decidimos quedarnos con Ico
esa noche en Ajmer, mientras que los demás tomaron un bus nocturno hacia
Udaipur. Allí nos reencontraríamos al día siguiente.
Las gestiones con el seguro dieron como
resultado la visita a un hospital, que resultó ser una clínica
ginecológica en un barrio residencial a las afueras de
Ajmer!! Aún así,
el trato fue inmejorable dadas las condiciones, honrando la bien
merecida fama que tienen los médicos indios. Tras las curas, el doctor
se ofreció a llevar a los viajeros de vuelta a la estación.
La búsqueda de habitación esa noche no fue
nada fácil; tras deambular por medio
Ajmer, acabamos eligiendo un hostal
pegado a al estación de tren donde a la mañana siguiente muy temprano
subiríamos al tren con destino
Udaipur. El recepcionista no era muy
espabilado que digamos, y tuvimos que rellenar nuestros datos uno a uno
en el libro de huéspedes…Nos dimos una vuelta por los alrededores, y
contuvimos la respiración al contemplar como cientos de personas sin
hogar yacían tumbados bajo el techo de la estación de autobuses,
dispuestos a pasar la noche. Aunque nosotros teníamos cama, los
charlatanes de la recepción nos mantuvieron en vela...
6 de Agosto –
Udaipur, entre lagos y palacios
Un perro decapitado, con su cabeza cerca de
él pero sin ella, yacía en la vía de la estación de
Ajmer cubierto de
moscas…El trayecto en tren hasta Udaipur no era, a priori, de los más
largos ni de los más atestados… Pero sí uno de los más duros…El convoy
sufrió varias averías y paradas, retrasando el tiempo de llegada. La
falta de sueño y el cansancio hizo de éste un viaje difícil de olvidar.
Llegamos a media mañana a esta ciudad del
sur de la región del Rajastán tras la parada obligada en
Ajmer del día
anterior; con Ico en plena recuperación, y como no, bajo una fina lluvia,
nos dirigimos en ricksaw hacia el
lago Pichola, sin lugar a dudas
símbolo y corazón de esta majestuosa ciudad. Su tamaño fue aumentado
artificialmente hasta sus actuales 4x3 Km por orden de
Maharana Udai
Singh, tras fundar a sus orillas la ciudad que fue capital del reino
Mewar. Dos pequeñas islas “vigilan” la ciudad, ambas coronadas por
sendos palacios. La más pequeña y próxima se llama
Isla Jagniwas, y está
cubierta por completo por un palacio que data del 1754; actualmente se
ha convertido en un hotel de lujo de un blanco inmaculado. Se sitúa
justo enfrente del City Palace, el complejo palaciego de mayor tamaño de
todo el Rajasthan.
Jagmandir es el nombre de la otra isla, al sur de la
primera.
Enfundados en nuestros chubasqueros, nos
encontramos ante una puerta que da paso desde las callejuelas mojadas
hacia el lago; allí, un ghat es utilizado por los ciudadanos como ducha,
lavadora, tendedero y friega-platos, mientras una pareja de músicos
sentados en el suelo extraen una exótica melodía de una especie de
mandolina.
Decidimos visitar el City Palace,
conscientes del poco tiempo que teníamos y de que el día avanzaba
rápidamente… Tras adquirir los tickets en la oficina de turismo a la
izquierda de la entrada principal
(25 rp), llamada “Bara Pol”,
atravesamos el triple arco (“Tripolia”) y quedamos sorprendidos por este
increíble complejo, compendio de arquitectura china, europea y medieval.
Cientos de terrazas coronadas por cúpulas puntiagudas, arcadas y
corredores se asoman tanto a las aguas del
lago Pichola como a los
jardines interiores del palacio. En realidad, este palacio es un
conjunto de más de diez, que fueron construidos en diferentes épocas y
por diferentes gobernantes. Mediante unas rampas, en la parte sur del City Palace, y tras atravesar los jardines, se accede al muelle donde se
toman las
embarcaciones que llevan a los visitantes hasta la isla de
Jagmandir. Una cantidad considerable de turistas se agolpaban bajo la
lluvia en espera del próximo
barco. El precio es realmente abusivo
(300 rp); apenas
media hora de lenta navegación es suficiente para alcanzar
el palacio flotante, y mientras se llega, las vistas de las elaboradas
fachadas del City Palace reflejadas en el lago, nos da una vaga idea de
la majestuosidad que un día tuvo este lugar…
El palacio de la isla de
Jagmandir, del
siglo XVII, fue construido en arenisca amarilla y mármol. Ocho
imponentes estatuas de elefantes a tamaño real, levantan sus trompas
como si saludasen a los visitantes, alzando unas antorchas apagadas. Un
patio central con fuentes y jardines da paso a varias estancias,
decoradas con murales y espejos. Tomamos el barco de vuelta, con la
noche acechando.
Antes de buscar algún sitio para reponer
fuerzas, a unos 200 metros del City Palace, encontramos un impresionante
templo hinduista; se trata del templo de Jagdish, dedicado a
Vishnu,
principal dios del Trimurti, a la vez Creador, Preservador y Destructor
del universo. Impacta la cantidad de esculturas de blanco mármol que
decoran sus paredes; en su entrada principal, y a ambos lados de una
escalinata de una treintena de escalones, dos elefantes de mármol,
engalanados y con la trompa apoyada en la frente, son centinelas del
templo desde 1651, año de construcción de esta majestuosa edificación.
Un cartel a la entrada deja bien claro que está estrictamente prohibido
hacer fotos. Asistimos estupefactos a una ceremonia hindú, la más
colorista y animada expresión religiosa que jamás habíamos contemplado…
Justo enfrente del templo, existe un
edificio cuya azotea alberga el
café Mayur; fue nuestra elección para
una cena a base de arroz, con espectaculares vistas del templo de
Jagdish y de la populosa vida nocturna que a sus alrededores se había
congregado.
Nos reunimos con el resto del grupo, que al
haber llegado antes, habían planeado la visita de esta elegante ciudad
de
manera diferente,
en bicicleta!!. Nuestro próximo destino era
Jodhpur, la segunda
ciudad más grande del Rajhastán después de
Jaipur… Se optó por tomar un
autobús nocturno; de las 19 plazas que necesitábamos, sólo cinco eran en
cama, que se sortearon o cedieron a los más “tocados”. Qué decir de este
viaje; un auténtico infierno! Más que por una carretera, nuestra ruta
parecía transitar por un camino de cabras, los botes y baches eran
continuos; las personas que íbamos en las cabinas-literas, saltábamos y
nos golpeábamos con el techo. Los que iban sentados, sufrían la famosa
hacinación de los medios de transportes indios. Decenas de personas se
apiñaban sentados en el suelo del pasillo del autobús, en los huecos que
quedaban entre los equipajes. De pronto un pasajero autóctono no soportó
tanto meneo y vomitó sobre nuestras mochilas…
El olor dentro del bus
terminó por hacer insoportable aquel viaje…
7 de Agosto –
Jodhpur y el clan de los Rhatore
Como ya era rutina cada vez que llegábamos a
un nuevo lugar, buscar alojamiento fue lo primero que hicimos en
Jodhpur.
Kuku Guesthouse fue el hostal elegido, sitio agradable, con habitaciones
grandes y limpias y una terraza en la azotea con vistas al fuerte de la
ciudad; Coke y Mónica decidieron buscar un hotel más confortable, ya que
el primero sufría de fiebre muy alta, y no aguantaba más…Harían una
noche más en Jodhpur para visitar un médico y nos reuniríamos con ellos
en Delhi unos días más tarde.
Tras repartirnos las habitaciones, soltar
las pesadas mochilas y desayunar, nos lanzamos a visitar el fuerte; para
ello, tomamos, como no, unos ya más que familiares ricksaws. Fundado en
el año 1459, el fuerte de
Mehrangarh domina majestuoso toda la ciudad
desde una colina de más de 100 metros de altura sobre Jodhpur;
construido en arenisca roja, parece emerger del terreno, del mismo color
que sus murallas; éstas se elevan recias y sobrias, mientras que son
rematadas en su parte más alta con las más finas formas esculpidas que
se pueden imaginar. Incluido en el precio de
200 Rp pudimos equiparnos
con auriculares de audio-guía (y en español!) y nos adentramos en este
enorme complejo. Esculpidas a un lado de la puerta principal encontramos
las simbólicas manos de las mujeres que practicaron el sati, la
inmolación en la pira fúnebre de los rajás muertos (aunque dudamos que
fuera por amor o fidelidad…). Nada más y nada menos que diecisiete
generaciones de maharajás del clan de los
Rathore han ido añadiendo y
modificando parte de los palacios, salones, terrazas y estancias del
fuerte, hasta convertirlo en más de 10 hectáreas de historia hindú.
Ascendiendo rampas, se va ganando altura sobre la ciudad, entre
torreones yventanales de tejadillos semicirculares, rodeados de paredes
esculpidas y taladradas con todas las formas geométricas imaginables en
mosaicos y celosías, y con un acabado tan perfecto y delicado, que
parece más una labor de ganchillo que esculpido en roca. Su función
consistía que las mujeres de la corte pudieran asomarse al mundo a
través de estas elaboradas celosías sin ser vistas desde el exterior.
Realmente asombroso...
Varias estancias recogen a modo de museo
diversos objetos centenarios, como los asientos que utilizaban los
maharajás para desplazarse sobre los elefantes, muestra fehaciente del
lujo del que se rodeaban. Esa increíble riqueza también se observa en
los trabajos en espejo y vidrieras multicolores que adornan las paredes
interiores.
Desde lo alto de la fortaleza, nos
percatamos de por qué a Jodhpur se le conoce como la Ciudad Azul. Un mar
de casas teñidas de añil que se apretujan unas contra otras, como si
estuviesen asustadas por la presencia del fuerte, inundaba todo nuestro
campo visual. Los colores de las fachadas de las humildes casas pasan
desde un azul blanquecino hasta el más intenso, con un resultado final
de conjunto impactante. Su color azulado se confundía con el del cielo
de aquel radiante día. También cabe destacar
el sonido de murmullos que se escucha desde el fuerte procedente de cada
azotea de cada una de las apretadas casas.
Hay que decir que la visita completa al
fuerte fue realmente cansada… Ni la útil audioguía pudo evitar que
cayéramos rendidos por los rincones (María e Irene se echaron una buena
siesta!). Como nota curiosa, en el patio del fuerte un adivino puede
leer las líneas de la mano (con bastante acierto según alguno de
nuestros expedicionarios…) y en la tienda de souvenirs del final se
puede comprar la equipación del equipo de polo de las Águilas de Jodhpur.
A poca distancia en ricksaw del fuerte,
llegamos al cenotafio de Jaswant Thada (
entrada 20 Rp), monumento
funerario erigido en 1899 en honor al
maharajá
Jaswant Singh II. Se
trata de una edificación pequeña, pero bastante espectacular; está
construído en su totalidad con placas de mármol blanco, en el que los
rayos reflejados del sol nos dejó boquiabiertos…Buen aperitivo para los
que ansiaban encontrarse cara a cara con el legendario
Taj Mahal. Desde
allí, al igual que desde el fuerte y desde el hostal, se visualizaba en
el horizonte la fantasmal silueta de una edificación colosal. Debía de
ser enorme, dado el tamaño que percibíamos estando tan lejos!!
Indagamos, y pronto supimos que se trataba del palacio de
Umaid Bhawan.
Volvimos a la ciudad y visitamos brevemente
el bazar de Sardar, organizado a los pies de una torre con un enorme
reloj (“The Clock Tower”, el corazón de Jodhpur), y al que se accede a
través de una enorme puerta de piedra en forma de arco. Entre
transeúntes y vacas, los comerciantes ofrecía su género, sobre todo
frutas, expuestas en carros de madera. Ahi nos aprovisionamos de
unos
sandwiches de los mas ricos y toxicos que hemos probado en la vida, eran
de unos huevos cocidos famosos en toda la ciudad y por tan solo
unos
15 centimos de euro.
Tomamos unos ricksaws hacia el palacio de
Umaid Bhawan. Al llegar el patio que precede a la entrada, su tamaño nos
sorprendió. Su construcción comenzó en 1928 en honor al maharajá
Umaid
Singh, y su diseño corrió a cargo del presidente del Instituto Real
Británico de Arquitectos (la India aún estaba ocupada por los ingleses).
Tardó 15 años en completarse las obras, y para ello se contrató a varios
millares de lugareños en una época de sequía en la zona, por lo que
algunos creen que este proyecto pudo formar parte de un programa de
creación de empleo…El descendiente de
Umaid
Singh vive hoy día en una
parte del palacio, mientras que el resto ha sido convertido en un hotel
de lujo… Pero de mucho lujo, tiene hasta sala de cine y museos propios!!
Realizamos una pequeña incursión en el interior del hotel, pero como era
de esperar, nos echaron pronto…
Tras descansar un rato en el césped
exterior, volvimos a tomar ricksaws para volver a la ciudad. De nuevo
dimos una vuelta por la Clock Tower, mientras la noche caía sobre la
Ciudad Azul.
A las
23:25h saldríamos en
tren hacia
Jaisalmer
(2.5 €), 300 km dirección al corazón del
desierto de Thar. No
era nuevo, pero no pudimos evitar quedar perplejos al ver a cientos de
personas pasando la noche en el suelo de la estación…Nos tumbamos en las
estrechas y traqueteantes literas que colgaban de las paredes del tren
con la esperanza de conciliar el sueño; tapones o i-pods eran nuestras
principales armas.